El confinamiento y la verdad más cruda de la pobreza energética en Chile

Corte de luz
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Por Nicola Borregaard, gerenta de EBP Chile

Encender la luz para leer, cocinar o comer. Cocinar para desayunar, almorzar y tomar once o cenar. Encender el calefont para tomar una ducha caliente o lavar la loza. Encender una estufa para calefaccionar la casa. Encender el computador para estudiar y/o trabajar. Esta rutina que muchos de nosotros no nos cuestionamos, requiere de un insumo básico: la energía. Pero, según datos de 2017 de la Encuesta de Presupuestos Familiares, el 22,6% de los hogares no logra cubrir los gastos básicos del hogar, incluyendo los servicios energéticos. El endeudamiento por cuentas eléctricas es, en buena parte, consecuencia de esta excesiva carga de pagos por servicios básicos en relación al ingreso total. Esta situación se agrava debido al aumento del consumo energético producto del confinamiento, el mayor desempleo y la suspensión temporal de contratos debido a la crisis, especialmente entre los más pobres.

Recordemos también que todavía un 10,7% de los hogares no tienen acceso a agua caliente sanitaria. Al menos un 66% de las viviendas actuales fueron construidas antes de la Reglamentación Térmica del 2000, por lo que no se rigen por un estándar mínimo respecto a aislamiento y climatización. Además, en una muestra reciente en 82 viviendas vulnerables de Renca pudimos constatar que 60% de las casas tenían riesgos de electrocución e incendio por sistemas eléctricos fuera de la normativa vigente o por aparatos de calefacción mal mantenidos.

En lo que respecta a salud mental, la pobreza energética (PE) también tiene repercusiones e impactos. Ya en tiempos previos a la cuarentena, se identificaba que en personas mayores la PE conlleva un mayor aislamiento social: para algunos/as el confinamiento es habitual, se quedan siempre en casa, se abrigan más, se acuestan temprano y no invitan otras personas por no tener un lugar cálido para recibir visitas. Por otra parte, era habitual salir de casa para ir a lugares climatizados, como bibliotecas y centros comerciales, rutinas que hoy se ven fuertemente limitadas, intensificándose el riesgo de enfermedades de salud mental por aumento de los niveles de estrés y aislamiento social.

La pobreza energética repercute también en las oportunidades sociales y educativas de las personas: en el acceso a Tecnologías de Información y Comunicación (TICs), acceso a conexión estable a internet para procesos educativos a distancia y/o teletrabajo, acceso a iluminación en horario nocturno, entre otras formas. Sin duda el uso de TICs suele ser un facilitador para el bienestar de las personas con algún nivel de aislamiento social, ya que se constituye como un espacio de ocio, aprendizaje y conexión con otros/as.

La vulnerabilidad energética se resuelve a través de la erradicación de la pobreza en general y mayores ingresos para el 20% más pobre del país. Consta el esfuerzo estatal en el Programa de Hogar Mejor del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, que incluye subsidios para el reacondicionamiento térmico de la vivienda, instalación de paneles fotovoltaicos y/o paneles solares térmicos. Y sin duda, la ley de estabilización de tarifas eléctricas promulgada a fines del año pasado ayuda a las familias chilenas.

Pese a los esfuerzos, necesitamos trabajar aún más sistemática, decidida y mancomunadamente para enfrentar la pobreza energética. Una concreta inclusión de criterios de eficiencia energética en el diseño de la vivienda social, programas más masivos dirigidos a un reacondicionamiento térmico de las viviendas e inserción de paneles solares y también programas de regularización de instalación eléctrica y recambio de artefactos eléctricos eficientes. Adicionalmente, se requiere de un trabajo con iniciativas en conjunto entre el sector público, privado, la sociedad civil y la academia, con el fin de abordar esta problemática de forma integral. Un ejemplo de contribución en este sentido es el Programa de Inclusión Energética (PIE), iniciativa que nos encontramos impulsando desde EBP Chile, en alianza con EGEA ONG y la Red de Pobreza Energética. Esta iniciativa busca se basa en la convicción de que se debe enfrentar la pobreza energética con enfoques holísticos, integrando a las familias vulnerables junto a emprendedores locales. Es por esto que actualmente se está articulando el concurso “Desafío Inclusión Energética”, el cual busca apoyar iniciativas innovadoras por parte de MiPyMEs y desarrolladores de proyectos, que permitan reducir la pobreza energética en distintos contextos territoriales del país.

La emergencia sanitaria causada por el Covid-19 visibiliza una vez más la profunda desigualdad de nuestro país, y la validez de las exigencias sociales por una vida digna, que considere entre otras cosas, el acceso a energía de calidad como una condición necesaria para el desarrollo social y económico de la población, además del bienestar y la salud de las personas. Con la llegada del invierno, se hace más necesario una pieza caliente, una taza de té y unas horas más de luz. Nuestros hijos tienen derecho a recibir una buena educación, la cual en estos momentos también requiere de este insumo básico: la energía.