El Congreso intranquilo

A diferencia de otras administraciones entrantes, no se ve un frenesí legislativo para los primeros días. Incluso, el ministro Segpres ha puesto la pausa declarando que muchos de los cambios que tienen en su programa deben esperar una nueva Constitución, dejando la tarea más gruesa para después del plebiscito.



El asombro ante el cambio de mando, donde el último de los mohicanos de la generación política de los últimos 30 años le transfiere la piocha al primer Presidente millennial de América Latina no ha terminado. Los múltiples análisis sobre la serie de símbolos que ocurrieron en este fin de semana intenso darán para toneladas de libros. En esta vorágine interpretativa se hace necesario poner una lupa en el nuevo Congreso Nacional.

A diferencia de otras administraciones entrantes, no se ve un frenesí legislativo para los primeros días. Incluso, el ministro Segpres ha puesto la pausa declarando que muchos de los cambios que tienen en su programa deben esperar una nueva Constitución, dejando la tarea más gruesa para después del plebiscito. En su discurso en La Moneda, el Presidente tampoco dio señales respecto de iniciativas de ley, a diferencia de su llamado decidido a la Convención por un texto que tenga una mayoría clara en la sociedad. Cabe preguntarse si el gobierno asume que el Congreso esperará tranquilo las definiciones constitucionales

La sede de Valparaíso fue el lugar donde se concretó la reforma que implementó el acuerdo de noviembre, y tuvo vida propia en toda la segunda mitad del gobierno de Piñera, pero está bajo amenaza de cambio. En la Convención hay una mayoría clara que busca eliminar el Senado y reformar la Cámara de Diputadas y Diputados, haciéndola irreconocible. Esto podría terminar en el período legislativo más corto de la historia para ambos organismos, y en el caso del Senado convertirse en quienes les toque apagar la luz. ¿Asumirán en la Convención que el Congreso permanecerá en silencio esperando su propia muerte?

Creer entonces que los legisladores tendrán baja intensidad en este tiempo es de una inocencia no propia para estos tiempos. Los diputados que deberán someterse a una nueva elección antes de que termine su período buscarán hacerse cargo de la larga lista de demandas inmediatas que tienen las personas, con mucha actividad en medios y redes sociales. Por más que las autoridades de ambas cámaras pertenecen al socialismo democrático, aliado del oficialismo; no es sostenible políticamente optar por la calma. No solamente por sus propios perfiles, sino que ambas presidencias fueron resultados de negociaciones duras y acuerdos frágiles, y tendrán que permitir que haya movimiento y mucha televisión.

El parlamentarismo de facto que se convirtió en parte del paisaje político de los últimos tiempos no dormirá al arrullo de las señales de cambio. También la propia fragmentación de las fuerzas presentes en el Parlamento, y por cierto de la oposición, harán de lo suyo. Ni el Partido de la Gente y menos los Republicanos van a ir a Valparaíso a hacer número, sino que buscarán darle sustento a su crítica a las fuerzas de antaño, con salpicaduras de populismo legislativo. Por otro lado, la DC no puede aceptar ser una fuerza en declive y hará valer su poder de bisagra, poniendo más presión a la caldera.

Para la nueva administración, la única manera de tener al Congreso tranquilo es tenerlo ocupado con una batería de proyectos de ley, entre los cuales el caballo de batalla puede ser la reducción de la jornada laboral a 40 horas. Optar por la espera al plebiscito de septiembre es invitar al Congreso a estrenar la segunda temporada del parlamentarismo de facto.