El cowboy constitucional
Por Óscar Guillermo Garretón, economista
El cuento es conocido. Se abren las batientes del bar. Entra un cowboy pistola al cinto, saca una tiza de su bolsillo y dibuja una raya desde la puerta hasta el mesón del bar, en medio de miradas curiosas. Golpea en el mesón y dice, moviendo su brazo izquierdo, mientras apoya el otro en la pistola: “todos los de este lado de la raya son unos retrasados mentales”, y luego volviendo su brazo al otro costado agrega: “y todos los de este otro lado son unos hijos de p…”. El silencio se hace sepulcral. Desde una de las mesas se levanta un hombre de camisa amarilla: “¿Me estás diciendo a mí qué soy un retrasado mental?”. El cowboy escupe el cigarrillo, pone su mano en la cacha de su pistola y le responde: “Bueno, si no te gusta, pásate al lado de los hijos de p…”.
El desenlace del cuento se desconoce, pero es muy actual, incluso en eso. Si no te gusta cómo termina el trabajo constitucional de la Convención, pásate al lado de los de la Constitución de Pinochet. Condena a todos los chilenos, entre ellos al 80% que votó Apruebo, a que opten entre un mamarracho y algo que tampoco quieren. Mañosos, embaucan a la gente diciendo que la alternativa a aprobar lo que salga sería optar por la Constitución de Pinochet. Saben que no es cierto. Si existiera la Constitución de Pinochet, que proscribía al PC en su artículo 8, deberían esconderse y están en el gobierno. La Constitución de Pinochet tenía “senadores designados”, inexistentes en la Constitución que ahora rige; en tanto ellos, al igual que Pinochet, buscan terminar con un Senado y una Cámara cuyos miembros fueron todos elegidos y recientemente. Nos dicen, en tono mandón, que no tenemos otra opción que elegir entre dos imposiciones: la hasta ahora impresentable de la Convención; y otra que ya no existe. Si no aceptamos someternos a su capricho, el cowboy de pistola al cinto, amenaza desatar y bendecir violencias.
Seamos serios. No vendamos patrañas y mentiras a nuestro pueblo. Chile merece un trato menos chapucero e indigno. La enorme mayoría optó por una nueva Constitución. Pero una buena y decente, no una irresponsable, que amenace la unidad de la nación, fragmente el Estado, arriesgue nuestra soberanía terrestre y marítima, destituya el Senado y la Cámara recién elegidos, consagre la desigualdad ante la ley estableciendo trato constitucional privilegiado para algunos, desarme el Poder Judicial, introduzca controles a la libertad de expresión, precarice o anule derechos de propiedad y varias otras perlas. El tiempo para rectificar se agota. Desearía, como todos los que votamos Apruebo, que la Convención sea capaz de ofrecer una Constitución “para todos”, como la que reclama Chile y el propio Presidente Boric. Pero si no lo es, habrá que buscar otros capaces de redactarla. Es lo que propone la Comisión de Venecia. Hay que escucharla. Ante dos absurdos, abre esperanzas.