El dilema histórico de la Democracia Cristiana
Por Sebastián Hurtado, profesor e investigador, Instituto de Historia, Universidad San Sebastián
A primera vista, el desastroso resultado electoral de la Democracia Cristiana en la elección de convencionales constituyentes —menos del 4% de los votos y dos candidatos electos— puede subsumirse en el colapso generalizado de los partidos más importantes de la política chilena en el cuarto de siglo que siguió al restablecimiento de la democracia en 1990. En este escenario, el caso de la Democracia Cristiana es parte de un realineamiento cuya perduración y consecuencias están por verse, pero que representa una voluntad popular evidente. En la coyuntura actual, los partidos más importantes en la construcción del Chile en que vivimos han sido rechazados por la mayoría de los votantes.
La realidad, sin embargo, es más compleja. Una lectura complementaria de la situación actual de la Democracia Cristiana, basada en una mirada de más larga duración a su historia y al rol de sus colectividades hermanas en otros países, muestra que el giro ideológico y estratégico del partido en la última década va en contra de lo que alguna vez lo hizo exitoso. Los tres presidentes democratacristianos de la historia de Chile —Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle— ganaron elecciones presidenciales con apoyos masivos como representantes de proyectos reformistas, comprometidos con las instituciones de la democracia liberal, en oposición a las derechas partidistas, pero también a las fuerzas más radicales que los flanqueaban por la izquierda. Los tres gobiernos democratacristianos, ejercidos en el contexto de escenarios nacionales e internacionales diferentes, se caracterizaron por su implementación de reformas sociales y económicas de gran impacto —reforma agraria y nacionalización parcial de la producción de cobre, entre otras, en el caso de Frei Montalva; apertura comercial, en el caso de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle—, acompañadas de niveles de crecimiento económico relativamente altos, con los consiguientes efectos en la superación de algunos de los rasgos más visibles de la desigualdad social en Chile, especialmente en los años noventa.
En el resto del mundo, especialmente en Europa, los partidos democratacristianos han asumido posturas programáticas análogas, aunque en la mayoría de los casos han quedado en el polo conservador de los espectros políticos en que se desempeñan. En cualquier caso, los rasgos de su identidad ideológica que los hicieron exitosos en países como Alemania e Italia fueron su compromiso con la democracia liberal y su inclinación por políticas públicas de implementación gradual, en el marco de administraciones fiscales responsables. Las similitudes con los momentos electorales exitosos de la Democracia Cristiana chilena son innegables.
Por el contrario, los momentos más bajos de la Democracia Cristiana coinciden con su entusiasmo por un radicalismo de izquierda que en su origen le es ajeno. El candidato de la Democracia Cristiana a suceder a Frei Montalva, Radomiro Tomic, hizo campaña enfatizando su propósito de ruptura más que de continuidad con el Mandatario saliente, lo cual explica en gran parte que el electorado conservador que había votado por Frei en 1964 se inclinara en 1970 por Jorge Alessandri. En el tiempo reciente, desde que en 2013 la Democracia Cristiana giró a la izquierda junto con quienes fueron sus aliados en la Concertación —con algunos vaivenes, como la candidatura presidencial de Carolina Goic en 2017—, el partido ha caído en una pendiente pronunciada de fracasos electorales, dentro de los cuales se encuentra el de la elección para la Convención Constituyente. En el análisis de esta trayectoria, el rechazo masivo a los partidos hegemónicos de los últimos treinta años en Chile es solo un factor en un proceso de declive con su dinámica propia.
En el mundo secular del siglo XXI, el impulso vital que el socialcristianismo alguna vez dio a los partidos democratacristianos de América Latina y Europa virtualmente ya no existe. El sustrato ideológico de un partido como la Democracia Cristiana chilena, por ende, es necesariamente más difuso, lo cual dificulta la proyección de un programa y un lenguaje masivamente atractivos. Esto, por otra parte, es cierto de prácticamente todas las fuerzas políticas que deben operar en un tejido social más atomizado y cada vez más individualista.
Si el lenguaje y las bases doctrinarias más primordiales de la Democracia Cristiana se erigieron como intento de dar sentido al mundo de los conflictos de la modernización incipiente del siglo XX, resulta lógico que tenga menos cabida y éxito en un mundo diferente. No obstante, el rol histórico de la Democracia Cristiana chilena, incluso separado del lenguaje ideológico fundamental del partido, podría constituirse en base suficiente para la formulación de un proyecto político renovado y, posiblemente, de nuevos éxitos en el futuro. Para esto, sin embargo, es necesario que las élites dirigentes y las bases del partido reconozcan sin temores que sus momentos electorales exitosos resultaron de mostrarse como una alternativa exitosa tanto a las derechas tradicionales como a los proyectos revolucionarios y a las pulsiones radicales de las fuerzas que se sitúan en el polo izquierdo de la política.
El momento actual tal vez no sea el más propicio y la inmediatez de la necesidad de sobrevivir quizás lo impida en el corto plazo, pero parece perentorio que, más temprano que tarde, la Democracia Cristiana asuma que su identidad y su eventual éxito como partido muy probablemente se encuentren en su capacidad de articular creativamente un proyecto en el que el cambio social con tendencia igualitaria se combine con la moderación en la expresión de las ideas y la responsabilidad en el ejercicio de la política. En palabras simples, hay más votantes conservadores dispuestos a votar por una Democracia Cristiana moderada que votantes de izquierda dispuestos a inclinarse por candidatos democratacristianos en presencia de alternativas de sus propias fuerzas.
Nada de esto está escrito en piedra y los caminos del futuro son, inevitablemente, múltiples e indeterminados. Sin embargo, los antecedentes históricos y los ejemplos contemporáneos en Chile y el mundo demuestran que los caminos exitosos de la Democracia Cristiana son diferentes a los que el partido ha recorrido en los últimos años.