El filibustero y el constructor
Por Óscar Guillermo Garretón, economista
Los triunfos tienen signo distinto si se asumen como final de un camino o comienzo de él. Para el filibustero, su triunfo es capturar la nave, apresar o secuestrar a sus tripulantes y hacerse del botín. Esa es su meta; luego solo queda disfrutar el triunfo. Para el constructor, en cambio, el triunfo no es más que el derecho a comenzar una obra que solo tenía en sus sueños y después de un tiempo, de vencer mil dificultades, disfrutar la satisfacción de verla terminada.
En política existen los dos sentidos de un triunfo. Para el filibustero, ganar es el final buscado; y su objetivo, apropiarse de la nave y del botín. Para el constructor, es haber ganado el derecho a iniciar una obra; sabiendo además que nunca será eterna y que los que vienen construirán a partir de ella o de las destrucciones y eriales que legaron quienes los precedieron. Nunca obra humana alguna ha partido de cero, ni anuncia tediosos paraísos finales donde nada queda por hacer.
La lógica filibustera explica mucho del desprestigio de la política y de otros, que la sociedad identifica como captores de botines. Empresarios inescrupulosos, dirigentes gremiales de padrinazgo político, que se apropiaron de la vocería del “estallido” y resultaron derrotados en la elección constituyente. Más en general, representantes de esa “generación dorada” que, no solo en el futbol, debe ir saliendo. La lógica filibustera es lo que la sociedad busca derrotar.
Ambas visiones del triunfo han estado presentes luego de las elecciones de días atrás.
Unos son los que ven a la sociedad y más aún a los perdedores, como botín capturado; simples presas para humillar y manejar a su antojo. Y otros, los constructores, que ven la oportunidad de edificar con todos una sociedad más digna y justa, donde nadie sobra y todos puedan desplegar sus alas; donde su obra es la convivencia en armonía de una patria compartida.
Esta lógica constructora es parte de lo que debemos lograr. Construir convivencia. No enganchar con exabruptos o desplantes (de los que habrá), ni con la exacerbación caricaturesca de diferencias. La sociedad los eligió con el mandato de reconstruir un espacio común. El fracaso de la Convención Constituyente sería el fracaso de todos; una descomunal frustración de expectativas. Asimismo, requisito indispensable para que el proceso constitucional no sea visto como timadura, es el respeto a la institucionalidad que los eligió. Aprovechemos también que nadie tenga garantizado un tercio y muchos independientes la compongan: representa bien una sociedad archipielagizada y despartidizada, de mayorías diversas en temas distintos, obligada a construir puentes con otros. Tampoco olvidemos que nunca, menos ahora, alguna opción política tiene clavada la rueda de la fortuna. La imposición sectaria, filibustera, solo anticiparía que la Constitución durará poco.
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