El fin de una época
Por Alejandro San Francisco, académico Universidad San Sebastián y P. Universidad Católica de Chile; director de Formación del Instituto Res Publica
La muerte de Sergio Onofre Jarpa el pasado 19 de abril provocó de inmediato diversas reacciones, artículos y notas de prensa, homenajes y críticas, además de algunos intentos por comprender su figura en el contexto histórico que vivió, en el derrumbe de la democracia y como ministro de Pinochet y líder de Renovación Nacional durante la transición.
Sin embargo, hay un aspecto que ha pasado absolutamente desapercibido, y que tiene un tremendo valor histórico: con la muerte de Jarpa se cierra una época, la de la democracia chilena anterior a 1973. Por cierto, se trata de una clausura simbólica, ya que su dramático final ocurrió hace muchas décadas. Sin embargo, hay un factor humano que conviene revisar y poner en perspectiva.
Los principales partidos políticos al 11 de septiembre de 1973 eran la Democracia Cristiana, el Socialista, el Comunista y el Nacional. Es interesante constatar que sus líderes de entonces fallecieron en estos últimos diez años: Patricio Aylwin el 19 de abril de 2016; Carlos Altamirano el 19 de mayo de 2019; Luis Corvalán el 21 de julio de 2010; finalmente Jarpa hace solo unos días. A ellos podríamos sumar al general Augusto Pinochet, comandante en Jefe del Ejército entonces, que murió el 10 de diciembre de 2006. Como se puede apreciar, es la clausura biológica de toda una etapa histórica a través del fallecimiento de algunas figuras relevantes.
Esto abre una gran oportunidad para el análisis de esos partidos políticos y la crisis de la democracia, así como para el estudio biográfico de los presidentes y secretarios generales de las colectividades mayoritarias en 1973. Felizmente contamos con algunas entrevistas largas a Aylwin, Altamirano y Jarpa, mientras se han publicado recopilaciones muy completas sobre Luis Corvalán. Con todo, queda mucho espacio por explorar, conocer y comprender.
Es necesario tener en cuenta que no se puede observar la crisis de 1973 –cuando todos ellos fueron actores– en blanco y negro, sino que es necesario hilar más fino. Lo mismo debe ocurrir al estudiar la transición a la democracia, con Aylwin y Jarpa como figuras relevantes, Pinochet con un lugar constitucional especial y Altamirano y Corvalán retirados de la política activa. Si en 1973 la polarización era el clima político dominante, en 1990 lo era la búsqueda de acuerdos y la necesidad de restablecer la democracia y cuidarla.
Por lo mismo, el fin de una época constituye una gran oportunidad para repensar históricamente a Chile, doblemente importante en un momento en que han resurgido las discordias constitucionales y otras formas de polarización que nos obligan a pensar en el futuro, pero con perspectiva.
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