El futuro es ahora
Por Nicolás Birrell, director ejecutivo de Desafío Levantemos Chile
Se suele decir que las crisis sacan a relucir lo mejor y lo peor de la condición humana. En las 15 catástrofes naturales en que hemos trabajado en Chile y cinco fuera de nuestro territorio, esa aseveración ha sido siempre cierta. Hemos vivido en carne propia como las personas realizan actos genuinos de nobleza, entrega, solidaridad y colaboración. Aunque también hemos visto el lado más mezquino y egoísta del ser humano: acaparar sin necesitar, engañar para obtener beneficios, olvidar e invisibilizar al que más lo necesita.
Sin embargo, desde el 18 de octubre de 2019 y, sobre todo, desde la irrupción del Covid-19, lamentablemente ha predominado el lado oscuro de las personas, y lo que es más preocupante, hemos visto la peor cara de gran parte de nuestra élite. Me encantaría decir exactamente lo contrario, pero creo que llegó el tiempo de hablar claro, sin ambigüedades ni mirando las encuestas. Llegó el momento de dejar de lado los pequeños cálculos, las defensas corporativas, la falta de coraje, el discurso confuso, lo políticamente correcto y el nefasto populismo que vemos hoy en todos lados. El mundo ha cambiado en los últimos meses de una manera que nunca imaginamos y, en vez de estar a la altura de estas gigantescas transformaciones, hemos sucumbido a la política del ofertón, del lugar común, del arreglo fácil, del atajo; en definitiva, de la ceguera más absoluta. Lo que redunda en un pecado imperdonable: la mediocridad.
Nos estamos farreando un país maravilloso y, lo que es peor, una oportunidad única de diseñar y avanzar el Chile que soñamos. Un país en que las políticas públicas se hagan pensando a futuro y el bien común, en vez de las próximas elecciones. Nos llenamos la boca con discursos magníficos sobre la educación, la gratuidad y la movilidad social, en circunstancias que estamos sumidos en la crisis educativa más grande de nuestra historia, con un modelo que se basa en la revolución industrial (¡año 1850!). No solo la infraestructura de nuestros establecimientos educacionales es deplorable (es cosa de ver nuestras escuelas rurales), sino que también el contenido de lo que aprenden nuestros hijos está completamente obsoleto. No les estamos dando las herramientas para enfrentar un futuro que se nos adelantó, ni les estamos enseñando a aprender (aprender a aprender), porque estamos enredados en discusiones ideológicas absurdas.
Y no es un tema de recursos (éstos están), solo que se utilizan de una manera inentendiblemente negligente, desde un Estado capturado por una burocracia enfermiza, preso de una organización y estructura que caducó. Nos dejamos engañar tan fácilmente, fruto de hermosos discursos simplistas y demagogos. Es cosa de ver la altura del debate de nuestros políticos. La falta de propuestas es angustiante, la sequía de liderazgo; estremecedora. Nos encandilan con grandes acuerdos constitucionales, haciéndonos creer que por garantizar los derechos, estos se van a cumplir; nos ilusionan con rescates previsionales que solo hundirán más a los que peor están, nos aturden en matinales barriendo bajo la alfombra los problemas que arrastramos por décadas: en resumen, siguen impulsando el statu quo. Y los responsables, aunque duela, somos todos nosotros. Porque lo hemos permitido, porque no hemos sacado la voz, porque hemos sido cobardes al defender nuestras convicciones, tratando de encajar entre izquierdas y derechas en un mundo que habla otro idioma.
Pero ya no más. Hemos despertado de este largo letargo, de no llamar las cosas por su nombre: corrupción a la corrupción, terrorismo al terrorismo, de mirar para el lado cuando abusaban de los más débiles en nuestras propias narices, del ser condescendientes con el sistema porque nos vemos (unos pocos) beneficiados del mismo. Si esperamos a que nuestra clase política y nuestra élite sea la que nos saque de este difícil momento histórico, mejor armémonos de paciencia. En cambio, si somos nosotros, la sociedad civil, en su expresión más amplia, los que hagamos las propuestas mirando a futuro a 20, 30, 50 años plazo, quizás aún tenemos una oportunidad.
Tenemos (¡debemos!) como sociedad, como país, que cambiar, evolucionar, analizar nuestra historia, observar el presente y apuntar dónde queremos llegar, definir en qué mundo queremos vivir, cómo queremos hacerlo. Y el único modo de hacer esto es involucrándonos de manera decidida y valiente, trabajando arduamente en la construcción de nuevas y mejores políticas públicas, más creativas e integrales, participativas a la vez de altamente técnicas, en donde la empatía esté en el centro de las mismas, sin caer en oportunismos momentáneos, ni populismos milagrosos. Debemos volver a poner los deberes y las obligaciones (la responsabilidad) a la misma altura de los derechos.
Vivimos un punto de inflexión en la historia de Chile, en la de la humanidad y en la de nuestra especie, las decisiones que tomemos hoy (medioambientales, políticas, económicas y sociales) nos determinarán para siempre. Para bien o para mal. La decisión está en nuestras manos. El futuro es ahora.
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