El hombre en la tierra. Sobre la conexión de Paul Milgrom con Chile

Professor Paul R. Milgrom of Stanford University after winning the 2020 Nobel Prize for Economics


Por Benjamín Mordoj y Nicole Nehme, abogados

En su novela El Hombre en el Castillo (1962), el escritor Philip K. Dick nos introduce en una inquietante ucronía, en que el Eje gana la II Guerra Mundial y Estados Unidos es dividido en tres entre las potencias vencedoras, con Japón dominando la costa del Pacífico y Alemania la del Atlántico (y una suerte de muro de Berlín entremedio). Se trata de un mundo paralelo basado en el cambio de un solo hecho histórico, que habrá determinado por completo la historia de la humanidad para los años siguientes.

Queremos aquí proponer un ejercicio parecido, guardando las diferencias. Corre finales del año 2011 en Chile; recién se está logrando reconstruir parte del país luego del terremoto del 2010 y ante el próximo vencimiento, en 2012, de los plazos de las cuotas de pesca contempladas en la Ley de Pesca (en rigor la ley de límites máximos de captura por nave), el gobierno decide –tomando una recomendación de, entre muchos otros expertos, el prestigioso economista Paul Milgrom– introducir un sistema de subastas ambicioso para las cuotas de pesca industrial (aquella pesca capturada por grandes naves). El resultado: subastando ese recurso escaso, y de titularidad originaria de toda la nación, el país recaudaría centenares de millones de dólares que servirían, entre otros, para financiar la reconstrucción y proyectos sociales claves que contribuirían a la prosperidad de todos los habitantes.

En la realidad, Paul Milgrom, reciente ganador del premio Nobel de Economía 2020, sí estuvo en Chile en el año 2011, en el contexto de un informe económico que desarrolló para la filial chilena de una empresa noruega que respaldó en ese tiempo la subasta de la totalidad de la cuota industrial de pesca (por transparencia, señalamos que fuimos asesores legales de dicha empresa en esa materia). Tenemos el recuerdo de un hombre sencillo, estudioso y afable, comprometido con diseñar la mejor regulación posible de subastas de los recursos de toda la comunidad chilena, con el objeto de introducir competencia e incrementar la recaudación fiscal. Su informe, titulado “Una propuesta de Subastas para las Cuotas de Pesca de Chile”, es notable por su brillantez intelectual, pero al mismo tiempo por la elegancia y simpleza de su modelo teórico (recomendó lo que en la literatura se conoce como subasta de precio uniforme, en que se dividen los lotes y se asigna al mejor postor en base a un precio multiplicado por esos lotes, lo que es usado, por ejemplo, en la venta de bonos del Tesoro del Reino Unido). En suma, una propuesta con los pies en la tierra (de hecho, él propuso subastar solo el 50%, porque entendía que ese era el límite posible en su momento, aunque argumentaba que se debía subastar lo máximo) y basada en la mejor experiencia regulatoria internacional. Existió pues un vínculo entre el reciente premio Nobel de Economía y nuestro país, que podría haber contribuido al muy merecido reconocimiento que recientemente se le otorgó.

La propuesta de subastas del Ejecutivo de la época, sin embargo, chocó contra la negativa del Congreso y terminó en la destitución del ministro de turno. Fue finalmente cambiada por otra que, lejos de subastar la totalidad de la cuota de pesca industrial, terminó haciendo totalmente inviables, en los hechos, las subastas. Con eso, ni se introdujo la competencia requerida al mercado secundario de cuotas de pesca, ni se redujeron sus asimetrías de información, ni se recaudó aquello que se podría haber recaudado por la explotación de un recurso común, y productivamente escaso, en beneficio de la sociedad toda.

Haber escuchado a Milgrom no solo nos hubiese hecho ganar económicamente (y socialmente) como país. Nos hubiese ahorrado un sinnúmero de problemas vinculados con el financiamiento de la política y con el desprestigio de nuestra clase dirigente, uno de cuyos ejemplos emblemáticos fue precisamente la tramitación de la reforma de la Ley de Pesca. En fin, no toda ucronía está hecha para causarnos inquietud o angustia, aunque sí puede ser un ejercicio del cual aprender para el futuro.