Opinión

El horrorismo en cifras

La CIDH condenó al Estado de Chile por casos de violaciones de DDHH en dictadura. (Foto: Jonnathan Oyarzun/Aton Chile) JONNATHAN OYARZUN/ATON CHILE

Preguntada recientemente sobre su posición respecto del golpe de Estado de 1973, Evelyn Matthei respondía lo siguiente: “Mi posición es que no había otra (alternativa). Que nos íbamos derechito a Cuba”. “Probablemente, al principio- en el 73, el 74- era bien inevitable que hubiese muertos, porque estábamos en una guerra civil, pero ya cuando en el 78, y el 82, siguen ocurriendo; ahí ya no, porque había control del territorio”. “Hubo […] ‘loquitos’ que se hicieron cargo y que nadie los frenó a tiempo”.

Tales declaraciones encendieron la polémica. Varios columnistas destacaron los defectos (históricos, morales y jurídicos) de la tesis de la inevitabilidad de las violaciones a los derechos humanos. Yo quiero llamar la atención sobre la terminología elegida por Matthei y sus implicancias.

Quienes (ab)usan de la imagen de la guerra civil para referirse a la dictadura y las violaciones de derechos humanos implican, al menos, dos cosas. En primer lugar, que los afectados fueron combatientes o personas que quebrantaron un orden que había (sí o sí) que reestablecer a través de la fuerza. En segundo lugar, que la guerra, por definición, aumenta el riesgo de muerte imprevista y violenta. Las masacres bélicas serían, así, “males inevitables”, y los muertos -combatientes o no- “daños colaterales”.

La filósofa italiana, Adriana Cavarero, ha discutido este enfoque y propuesto otra forma de aproximarse al récord de masacres, genocidios, torturas y otras violaciones de derechos, ocurridas desde el Holocausto. Para Cavarero, la violencia contemporánea es un “horrorismo”, un crimen contra el inerme que traspasa la condición humana, desingularizando a sus víctimas. No es la circunstancia o condición particular de ellas (v.gr. ser combatiente) lo que las hermana en el destino de la muerte o del martirio, sino la voluntad del verdugo (Matthei los llamó “los loquitos”). Para el ejecutor del horror, las víctimas son enemigos absolutos que hay que destruir a toda costa. No tienen rostro, ni alma, pueden ser cualquiera.

El académico de la Universidad de Chile Mauricio Fuentes ha elaborado una descripción estadística de las víctimas de la dictadura. Según esta, durante todo este período se asesinó o hizo desaparecer, en promedio, a una persona cada dos días. La tasa diaria fue de 16 personas, en 1973, y de más de una persona diaria, en 1974. Del total de víctimas (3.286, entre asesinados y desaparecidos), menos de la mitad eran militantes o simpatizantes de la UP; la mayoría -un 56%- eran personas sin ninguna militancia política. Las víctimas menores de edad alcanzaron casi los dos centenares.

El horrorismo destruye el cuerpo y también el recuerdo de las víctimas. Por eso, el Plan Nacional de Búsqueda se propone restituirles parte de su dignidad mediante la reconstitución de sus osamentas y trayectorias. Si logramos evitar toda clase de horrorismo los derechos humanos habrán triunfado. Solo entonces podremos enorgullecernos de nuestra humanidad.

Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile

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