El mal peruano



Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

Se equivocan quienes señalan que Pedro Castillo es la enfermedad de la política peruana. Más aún, quienes creen que destituirlo en el actual contexto sería el remedio. Un mal diagnóstico, lo sabemos, lleva a falsas sanaciones, e incluso, puede agravar el mal.

La amenaza más grande para la derecha peruana no es Castillo, sino la posibilidad de una nueva Constitución que destrone el pilar del modelo económico de mercado. Las bancadas legislativas de este sector han logrado colocar algunos “candados” legales para obstaculizar la posibilidad de un referéndum constituyente, pero no es suficiente para sus intereses. Paradójicamente, un Castillo débil hace mucho menos probable la vía del cambio constitucional. En cambio, una situación de crisis generalizada puede legitimar, ante la opinión pública, el relato de un momentum constituyente.

Si bien la izquierda peruana está unida en la utopía de una nueva Carta Fundamental, a duras penas puede convivir en coalición gubernativa. Por lo demostrado durante el primer semestre de gobierno, dicha izquierda está más condicionada por su amateurismo que por su capacidad objetiva de promover una asamblea constituyente. Hoy, la izquierda debiera tener otras prioridades: superar el papelón que están haciendo a cargo de la administración pública y mejorar, en algo, algunos indicadores de delivery de políticas. La izquierda sabe que difícilmente retorne al poder en el futuro cercano, así que debería enfocarse más en legar un desempeño decente que en aspiraciones refundacionales, a estas alturas, delirantes.

Tanto a la derecha como a la izquierda peruanas les conviene la permanencia de Castillo. Pero ello implicaría concesiones de ambas partes: los primeros, asumir que cinco años “perdidos” es mejor que una nueva Carta Magna; y los segundos, entender que completar un gobierno es mejor que la quimera constituyente. Este empate de “consuelo” es el mejor output posible, después de una elección fatalista (2021), porque otorga estabilidad a un ciclo de lucha entre poderes que solo ha producido presidentes caídos y congresos disueltos.

Soy consciente de que tal equilibrio de baja intensidad es wishful-thinking. Porque la derecha no ha logrado avistar más allá de sus narices y no ha asimilado que una interrupción presidencial puede gatillar una carambola política contraproducente para sus metas. Olvidan que la renuncia de Kuczynski, alentada por ellos mismos, terminó expectorándolos del Congreso y llevando a Castillo al poder. Por su parte, la izquierda asume que ve más allá de lo que le alcanza la vista e interpreta artificialmente un clamor popular constituyente que no existe (según encuestas). Finalmente, los “guardianes” de la democracia peruana -esa inteligentsia liberal de disfraz republicano- se han plegado rápidamente a exigir la renuncia de Castillo sin el debido proceso (aduciendo simplemente incapacidad). El “golpismo” que tanto criticaban en el fujimorismo y el “elitismo” que manifiestan se imbrican y develan las falsas vocaciones democráticas del establishment.

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