El mall y la muerte del neoliberalismo

mall costanera


Por Pablo Paniagua, investigador senior de la Fundación para el Progreso

Si hay algo interesante que nos dejó el último mes del 2020, que finalmente hemos logrado superar, es el hecho de que diciembre nos ha ayudado a desmentir y echar por tierra dos creencias equivocadas, pero que han imperado en las calles desde el 18-O, a saber, que supuestamente la revuelta de octubre era una revuelta en contra del neoliberalismo y la expansión de los mercados y que la pandemia, sumada al “Chile despertó”, nos ayudaría a formar una nueva sociedad menos individualista y más concentrada en lo esencial y metafísico. ¡Patrañas todas!, diría el Viejo Pascuero de la Coca-Cola. Veamos ahora por qué.

Sin duda la imagen más clara de diciembre, que quedó plasmada en televisión y en los matinales, fue cómo los chilenos reaccionaron a la Navidad en pandemia. Las elocuentes imágenes de las aglomeraciones para compras y regalos de fin de año en las distintas comunas de todo el país, sobre todo en Santiago, dan cuenta de lo enraizado que está el consumo y la expansión de los mercados dentro del quehacer natural criollo. Las imágenes de miles de personas aglomeradas en Meiggs y las cuadras y cuadras de personas que hacían fila durante el día en el Mall Costanera Center hablan por sí solas. Los chilenos están más que cómodos y felices con la expansión del mercado, del consumo y el “neoliberalismo” con rostro de Viejo Pascuero.

El hecho de que, por un lado, tengamos miles y miles de personas que -apenas tienen un poco de libertad individual para movilizarse- se hayan volcado a los malls y estén dispuestas a arriesgar contagiarse de un terrible virus por el mero hecho de consumir y que, por otro lado, tengamos apenas doscientos descerebrados que todos los viernes tratan de “destruir el neoliberalismo chileno” a través de la destrucción de Santiago centro, es una imagen categórica que da muestra de que lo que ocurrió con el “estallido social” nunca se trató de una revolución contra el modelo. La imagen que nos dejan los malls y Meiggs durante diciembre constata entonces que la presunta muerte o presunto “derrumbe del modelo neoliberal” no ha llegado, sino que, al contrario, pareciera estar más vigente que nunca a punta de consumo.

Ahora bien, uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo (reprochar o no reprochar) respecto a la actitud de los chilenos al volcarse desaforadamente a los malls para consumir en plena pandemia -generando no solo riesgos personales de contagio, sino que también riesgos colectivos al incrementar las tasas de infectados-, en vez de haber ocupado dicho tiempo en actividades espirituales o de reflexión relacionadas con las festividades navideñas; pero el hecho fundamental es que dichas actitudes, más o menos reprochables, nos ayudan al menos a falsear y echar por tierra aquella tesis enarbolada después del 18-O, en relación a que, lo que ocurriría en Chile después del “estallido social” sería una presunta revuelta violenta y desenfrenada del pueblo hastiado de neoliberalismo y consumo.

Por ejemplo, Carlos Ruiz, considerado el ideólogo del Frente Amplio (cada vez menos amplio), quizás un poco embriagado por el 18-O, llego a creer que: “bajo esta mercantilización extrema de la vida cotidiana el individuo ha terminado perdiendo soberanía sobre su propia vida [sic]. (…) el neoliberalismo acaba instalándose como una amenaza para el más básico derecho a vivir en sociedad, ante la cual la condición humana termina por reaccionar y rebelarse (…) con la revuelta de los hijos de esa modernización neoliberal”. Sería prudente que alguien le mostrará a Ruiz la realidad y las imágenes de lo acontecido en diciembre, con aquella marea de miles de “hijos de esa modernización neoliberal” volcados desenfrenadamente al consumo, a la expansión de los mercados y, muchos también, al uso privado de sus ahorros previsionales.

Finalmente, el peregrinaje masivo a los malls y Meiggs nos ayuda a echar por tierra aquella idea infantil de que, gracias al 18-O y gracias a la pandemia, Chile iba a ser otro país distinto al de los últimos treinta años. Muchos creían que “Chile despertó” hacia un nuevo país marcado por la solidaridad, lo colectivo y lo espiritual. Tantos jóvenes ingenuamente embriagados por las revueltas del 2019 incluso llegaron a alzar los brazos al cielo creyendo de que la estrella del Wünyelfe los alumbraba a ellos, ¡los elegidos héroes del despertar!, para que nos guiaran a superar las trampas, la avaricia y el individualismo, conduciéndonos hacia un nuevo amanecer. Bueno, el final del caótico 2020 claramente les demuestra que estaban algo pasados de revoluciones.

Está el hecho clave de que, en plena pandemia, las personas hayan estado dispuestas a asumir grandes riesgos y salir de todas formas masivamente a comprar regalos, a consumir y a disfrutar de la “sucia” vida burguesa capitalista. La pandemia está lejos de ser superada. Estamos casi entrando en una segunda ola, igual de intensa que la primera, y todavía se requieren de grandes esfuerzos colectivos y de control personal para reducir el número de contagiados. En la pandemia existe el problema de las externalidades negativas de nuestras acciones individuales: todas mis acciones descuidadas y mis salidas a la calle pueden repercutir negativamente en la salud de todos los demás. Este es el horror más absoluto de todo progresista: que la acción individual y autointeresada pueda dañar al colectivo. Esto, a estas alturas de la pandemia lo sabemos todos, no obstante, aquello no fue suficiente para controlar al individualismo neoliberal ni al consumismo desenfrenado de los chilenos que se volcaron masivamente a los malls, a los restaurantes y los bares del país a disfrutar de la vida burguesa, sabiendo que estábamos haciendo un daño al colectivo a expensas de nuestro beneficio personal.

En suma, diciembre nos mostró, una vez más, que Chile despertó más individualista y consumista que nunca y pareciera finalmente que la estrella del Wünyelfe alumbrase más hacia las billeteras de la clase media que a los supuestos “héroes del despertar antineoliberal” de Plaza Italia. Lo importante de esta lección que nos da la fiebre de Meiggs y el peregrinaje al Costanera Center es que -contrario a la opinión de intelectuales como Atria, Ruiz y Mayol-, la idea de que el “estallido social” surgió como una presunta revuelta de hastío y rabia contra la expansión de los mercados y el neoliberalismo es profundamente errada y que, por lo tanto, muchos pensadores de izquierda tienen que repensar radicalmente sus tesis en torno a la crisis social, ya que se han equivocado. Quizás sería bueno sugerirles que se vuelquen hacia la sagacidad de Lord Keynes, quien comentaba que, “cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?”.

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