El mercado del sentido común

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Por Tomás Sánchez, autor de Public Inc., investigador asociado de Horizontal

¿Da lo mismo que todos tengamos una percepción distorsionada de la realidad? ¿Debiésemos ocuparnos activamente que las noticias sean verídicas? Antes no, pero ahora sí. Las plataformas digitales han impuesto un desafío a la sociedad en cuanto formarse una opinión. Las ansias de inmediatez han reemplazado el buen periodismo por memes, dejando a los medios en una precaria situación. Por lo mismo, Australia tomó cartas en el asunto y promulgó una ley que obliga a los gigantes tecnológicos a negociar con sus medios locales para la divulgación de sus contenidos.

En el mercado publicitario del país oceánico, el 75% de los recursos publicitarios van a Google y Facebook, dejando solo 25% de la torta para el resto. Una situación sin duda ingrata, cuando quienes dominan el mercado cobran en base al contenido creado por quienes no lo hacen. En la cadena productiva de toda industria existe un complemento de roles que cada agente juega, creando valor en su conjunto. En un mercado competitivo, el pago por ese valor se distribuye de manera más o menos justa. Sin embargo, cuando existen jugadores con una posición dominante, ellos son capaces de extraer mucho más que el valor creado. En este caso, quienes distribuyen el contenido se llevan tres cuartos del valor, mientras quienes investigan, reportean y crean contenido se llevan solo uno.

Si estuviéramos hablando de ladrillos, podríamos permitir que el mercado se ajuste solo. Un par irían a la quiebra, y con solo un par de productores, éstos ganarían poder negociador, poniendo a los distribuidores en su lugar. El problema es que, tal como en el mercado de la salud o la educación, es muy costoso para la sociedad el ajuste de mercado y los perjuicios los sufrimos todos. Frente a la ausencia de empresas serias que hagan periodismo de calidad, ese espacio se llena por medios informales, blogueros amateurs y productores de memes. Para ellos la moneda de cambio no es el respaldo publicitario de un avisador que busca canales reputados. Ellos viven de clicks donde un algoritmo ciego asigna pagos, sin importarle si lo comunicado es verdad o no.

Cuando la población se forma su opinión en base a titulares tendenciosos o imágenes atractivas con un hashtag, no nos sorprendamos del caudillismo político al alza. Es algo que los países desarrollados ya han sufrido y, por lo mismo, saben lo serio que es. El mercado de las noticias y contenido se desacopló, separando la producción de la distribución. Esta última, ya tiene ganadores: Google, Facebook, Instagram, Twitter y WhatsApp. La pregunta entonces es cómo aseguramos las condiciones para que la producción y contenido de noticias sea un mercado atractivo, antes que sea demasiado tarde. Si no, Tiktok le pagará a escolares por clicks y el mercado se ajustará. El sentido común de nuestra sociedad se formará en base a pasos de baile y declaraciones polémicas, sin incentivos para buscar la verdad.