Opinión

El miedo no es un invento

Foto: Aton Chile JONNATHAN OYARZUN/ATON CHILE

Nos dicen que la derecha siembra miedo, que incendia las redes con alarmas sobre delincuencia, migración o estancamiento económico para ganarse el voto de las personas. Pero el miedo no nació en un laboratorio de campaña: lo parió la realidad.

Usted no necesita un spot electoral para sentirlo; le basta saber que la inmensa mayoría de los chilenos se encierra temprano en su casa para que no lo violen ni asalten; que los negocios cierran de las ocho luego de haber sido asaltados cinco veces; que las plazas, parques y canchas ya no están llenas de niños, sino de delincuen0tes y narcotraficantes.

El miedo también tiene que ver con el futuro: los jóvenes saben que se agotaron las oportunidades, los viejos están resignados a morir abandonados y la clase media sufre angustiada por llegar a fin de mes, sabiendo que cualquier imprevisto de salud o un accidente, pueden condenar a sus familias de por vida.

El miedo no es un invento, es una realidad que viven y sufren millones de chilenos, el mismo que los dirigentes políticos y los gobiernos han sido incapaces de enfrentar y que no son capaces de percibir por la desconexión profunda con el que guían su actuar.

Las cifras derriban cualquier relato complaciente. Chile pasó de 2,3 homicidios por cada 100 mil habitantes en 2015 a 6,0 en 2024 y este gobierno será el más sangriento de la historia reciente. El índice Paz Ciudadana muestra que los niveles de inseguridad autopercibida en Chile son de los más altos del mundo: siete de cada diez personas no se sienten seguras caminando de noche en su barrio. Estos números no los fabrica la inteligencia artificial; los recogen encuestadores independientes, puerta a puerta, en hogares donde las cerraduras se multiplican.

¿Es ilegítimo hablar de miedo? Fingir que no existe sería un acto de negacionismo social. La política responsable se hace cargo de las emociones colectivas cuando están respaldadas por hechos. El miedo, cuando brota de datos sólidos, no es un truco: es una brújula moral que obliga a actuar. Pretender lo contrario —decir que denunciar el crimen o la crisis económica es “sembrar pánico”— equivale a culpar al termómetro por la fiebre.

La izquierda tampoco renuncia al miedo: alerta del “fin de la democracia” si gana la derecha, del “retorno a la dictadura”, del “Estado mínimo que abandonará a los débiles”. Toda campaña, de cualquier color, apela a emociones básicas; la diferencia es si se sustenta en hechos o en fantasmas. Cuando la derecha menciona sicariato o Tren de Aragua, describe la sección de policiales de esta semana, no leyendas urbanas.

El desafío no es censurar el miedo sino canalizarlo hacia soluciones: cárceles seguras, fronteras controladas, policías respaldadas, economías que crecen y generación de empleo para crear más oportunidades. Convertir la aprensión en acción. El miedo es real, pero no debe paralizar; puede ser combustible para la esperanza.

Quien denuncia la “política del terror” debería caminar de noche por Puente Alto y preguntar a los padres que ya no dejan salir solos a sus hijos. Ahí entenderá que el miedo no se inventa: simplemente se nombra para que deje de ser destino y se vuelva tarea colectiva.

El miedo está ahí, pero no es soberano: lo será la decisión de enfrentarlo y vencerlo. El día que transformemos esa aprensión en coraje colectivo, las rejas se abrirán a los hijos, las luces volverán a encender las plazas y la noche dejará de dictar la hora de cierre. Nombrar el miedo habrá valido la pena, porque es el primer paso para derrotarlo. Si vencemos al miedo, Chile será mejor.

Por Cristián Valenzuela, abogado.

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