El ocaso de la Democracia Cristiana

pdc


Por Sebastián Hurtado, Instituto de Historia, Universidad San Sebastián

Los resultados de la última elección parlamentaria son devastadores para la Democracia Cristiana. En la Cámara de Diputados, la bancada democratacristiana será la más pequeña desde 1953. La votación por los candidatos a diputados de la DC no superó la mitad de la votación de sus candidatos en 2017, cuando no hubo coalición con los partidos de la ex Concertación. Los tres partidos más importantes de la derecha duplicaron la votación de la DC, superada también por los partidos Socialista, Convergencia Social, Ecologista Verde, de la Gente y Comunista. Como ocurrió con el Partido Radical en los ‘60, la Democracia Cristiana parece haber emprendido el camino hacia la intrascendencia.

Las razones profundas del declive se hallan en la transformación cultural acelerada del mundo y la sociedad chilena de las últimas décadas. En una realidad en que el catolicismo ha perdido mucho de su ascendiente ideológico y cultural sobre una sociedad cada vez más individualista, el discurso histórico de un partido fundado sobre los debates del catolicismo del siglo XX ha perdido la capacidad de movilización y atracción que tuvo desde la década de 1960.

Sin embargo, hay también razones más contingentes para la decadencia. La DC se ha alejado progresivamente de las sensibilidades sociales y culturales que la convirtieron en partido mayoritario en Chile. Sus éxitos electorales, antes y después de la dictadura militar, fueron resultado de la transmisión de un mensaje de modernización económica, sin afectación sustancial de los principios de la cultura política democrática chilena y con un tono moderado y conservador en lo concerniente a la interacción entre preferencias individuales y valores culturales de arraigo profundo en la sociedad chilena.

Parte importante de este conjunto programático era la convicción, defendida por nombres como Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle -el individuo más votado en la historia de Chile-, de que el bienestar material de la ciudadanía dependía de una gestión económica realista y de una administración cuidadosa de recursos fiscales escasos. El desempeño económico del gobierno de Frei Montalva no fue estelar, pero fue algo más que la mediocridad de los gobiernos del Chile anterior a 1973. Los gobiernos de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle presidieron sobre los procesos de crecimiento más extraordinarios de la economía chilena, posiblemente sin igual en la historia de América Latina.

Tan importante como lo anterior para el éxito electoral de la DC fue su proyección inequívoca de una imagen de oposición a los proyectos revolucionarios o refundacionales de la izquierda. Eso fue la DC en 1964, 1965, 1973, 1989 y 1993, los momentos de sus triunfos más importantes. Cuando esa convicción flaqueó, como fue el caso de la candidatura presidencial de Radomiro Tomic en 1970, la derecha y la izquierda superaron a la DC.

Al menos desde 2013, cuando el liderazgo carismático de Michelle Bachelet embelesó a una centroizquierda golpeada por la realidad de que el pueblo de Chile podía darle la mayoría de los votos a un hombre de derecha, aunque de origen democratacristiano, la DC se ha alejado consistentemente de lo que hizo al partido exitoso en las décadas anteriores. Sus liderazgos actuales se han alineado con políticas demagógicas como la erosión del sistema previsional y se han sumado a los intentos de desestabilización del gobierno y el sistema emprendidos por la izquierda radical en los últimos años. Estas actitudes pueden resultar útiles para militantes individuales en sus competencias locales, pero no van a devolver al partido el arrastre y la trascendencia que tuvo en otra época. Los resultados están a la vista: por querer parecerse a la izquierda y ganar ese voto, la DC ha abandonado al electorado que le dio sus triunfos décadas atrás. Este electorado -que, cierto es, evoluciona tan aceleradamente como la sociedad a la que pertenece- tiene reservas frente a muchas de las formas más autoritarias de la derecha y a los rasgos más despiadados del capitalismo de la prosperidad en que vivimos, pero rechaza con más fuerza el discurso radical de la izquierda con la que la DC ha querido converger en la última década. La Democracia Cristiana más exitosa del mundo, fuerza hegemónica en Alemania, ha sabido combinar con gran destreza un discurso inclusivo, con algunos tintes progresistas, sin dejar de hablarle a la gran mayoría de la población que sigue prefiriendo la moderación en sus dirigentes políticos.

Para parecerse al PDC alemán e intentar revertir su declive sostenido, la DC chilena debiera reconocer que sus votantes naturales -a falta de mejor término- son más moderados y/o conservadores de lo que los liderazgos actuales del partido reconocen. No se trata del conservadurismo reaccionario que se opone a medidas económicas redistributivas y políticas sociales inclusivas, sino de un temor comprensible a la inestabilidad que el cambio radical inevitablemente trae consigo. Los resultados electorales de los últimos tiempos parecen comprobar que el discurso de la DC no va a convencer a mayorías hoy identificadas con el mensaje de la izquierda radical. En esta posición, tal vez sea tiempo de concebir una estrategia que busque ganarse el apoyo del votante que se inclina hacia el otro lado del espectro.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.