Opinión

El Papa Francisco y la centralidad de la perisferia

El legado del papa Francisco, el primer latinoamericano en liderar la Iglesia Católica. Foto: archivo.

Las periferias del mundo estuvieron en el centro de su papado. En rigor, como lo documenta Javier Cercas en “El loco de Dios en el fin del mundo”, una triple periferia constituye el núcleo de la Iglesia de Francisco. La primera son las geográficas, opción que lo lleva a alejarse de Roma, del propio Vaticano y de la burocracia eclesiástica, y a privilegiar sus viajes hacia países y zonas apartadas dejando de lado varias grandes capitales. La segunda está constituida por las existenciales, las que según sus propias palabras son “las del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”. En fin, a las anteriores se agrega la periferia social, habitada por los desheredados de la Tierra.

Son conceptos profundos que muestran a un Papa que toma resueltamente partido en los grandes debates que agitan a la humanidad. La mirada desde los confines del mundo fundamenta una postura extremadamente crítica del actual orden internacional que ha conducido a una grave crisis social, ambiental y también moral. Con su afirmación “está economía mata” sintetizó su crítica radical a un modelo de desarrollo excluyente y depredador que tiene al “dinero como ídolo”. Asimismo, profundizó la opción preferente por los pobres, principio fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia, concentrando su atención en los migrantes y los presos. Respecto de los primeros, fue gran crítico de la indiferencia hacia los que huyen de la pobreza, las guerras o de los efectos del cambio climático. En cuanto a los presos, a los que visitaba frecuentemente, abogaba por la reinserción sosteniendo que “no hay pena válida sin esperanza” o que una “condena sin futuro no es una condena humana, es una tortura”.

La muerte del Papa Francisco ha generado una gran conmoción. Su empeño final para compartir con la gente hasta pocas horas antes de su muerte han agigantado la admiración por él. Ojalá que muchos de los que hoy lamentan su partida pueden reflexionar seriamente sobre su legado y contrastarlo con muchas de sus creencias. Como por ejemplo, las que asimilan a los emigrantes a delincuentes e invasores de los cuales hay que protegerse levantando muros lo más altos posible. O que a los delincuentes hay que secarlos en la cárcel, construir estos recintos en el medio del desierto o incluso ¿por qué no restablecer la pena de muerte? Aparentar pena, participar incluso de su funeral haciendo en la práctica caso omiso de sus enseñanzas es propio de quienes Jesús llamó fariseos hipócritas.

Desde el principio mismo de su papado cuando lo escuché un domingo de febrero del 2015 en la Plaza San Pedro me ha inspirado. No puedo decir que me haya transferido el don de la fe, pero me ha llevado a cambiar mis certezas de agnóstico por preguntas fundamentales que buscan todavía respuestas. De ahí que mantenga cerca mío una biblia con una dedicatoria suya otorgada en la audiencia en la que le pedimos que intercediera por Lula injustamente preso en Curitiba.

Por Carlos Ominami, presidente de la Fundación Chile21

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