El permanente eufemismo comunista

mural Daniel Ortega y Hugo Chávez


Por Jorge Gómez, director de investigación de la FPP

A inicios de noviembre, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó a Nicaragua la liberación de catorce personas, entre ellas a Cristina Chamorro. A mediados de 2021, el régimen de Ortega ordenó la detención de varios candidatos presidenciales bajo la típica acusación que hacen los autócratas contra sus adversarios: “atentar contra los derechos del pueblo”.

Días atrás, Daniel Ortega resultó ganador de unas elecciones sin competencia, con el 74,99% de los votos. Rápidamente, “su triunfo democrático” fue saludado por el tercero de la dinastía comunista norcoreana Kim Jung Un y por Nicolás Maduro, cuyo régimen chavista será investigado por la Corte Penal Internacional. También fue felicitado por quienes aspiran a ser gobierno en Chile, el Partido Comunista, el Partido Igualdad, el Movimiento del Socialismo Allendista, la Izquierda Libertaria y el movimiento Ukamau Chile.

Como siempre ha ocurrido, el apoyo al triunfo de Ortega se hizo eludiendo los cuestionamientos por faltas a la democracia y el respeto a los derechos humanos. Así, la declaración de los grupos de la izquierda chilena apuntó a que “son los propios pueblos quienes deben resolver sus conflictos, sin injerencia extranjera”. También insinuaron, como suele suceder, que las críticas al régimen de Ortega son funcionales a la injerencia de Estados Unidos. O sea, se escudaron en la típica excusa de la autodeterminación de los pueblos y el pretexto del imperialismo, para blanquear las tropelías de un autócrata comunista en el poder.

Tzvetan Todorov, que sufrió en carne propia la dictadura socialista, advertía que el eufemismo es la predilección del adepto comunista. Así, para estos feligreses siempre existe, tal como ocurrió frente a la URSS y la RDA o como ocurre con Cuba y Venezuela, la excusa precisa frente a los órganos de terror, los atropellos, las purgas y la persecución de opositores. Como diría Jorge Millas, tienen una conciencia encandilada. Y como siempre, cuando salen pillados, culpan al empedrado. Así, para los comunistas chilenos, los crímenes de Stalin eran errores prácticos. La miseria cubana no sería causada por el control férreo sobre la vida económica en nombre del comunismo, sino producida exclusivamente por el bloqueo (aunque el nieto de Fidel igual puede importar autos de lujo). El desastre humanitario venezolano no sería por causa de la corruptela chavista y el proyecto socialista impulsado por Chávez, sino culpa de las sanciones estadounidenses.

Así, ahí donde hay dictadura, los comunistas dicen que hay verdadera democracia. Ahí donde el pueblo se moviliza contra los jerarcas y oligarcas comunistas, como ocurrió en la RDA, Hungría, Polonia o Checoslovaquia, ellos ven enemigos del pueblo. Ahí donde hay opiniones distintas, donde hay personas que disienten de sus postulados, ellos ven socialdemócratas, neoliberales, traidores, revisionistas, fascistas.

George Orwell, un socialista con clara conciencia liberal, comprendió el problema fundamental del comunismo: la distorsión del lenguaje y con ello de la verdad. No es extraño entonces que los comunistas negaran por años el pacto entre nazis y soviéticos que implicó más que un acuerdo de no agresión, sino una abierta cooperación militar entre la URSS y la Alemania nazi que se tradujo en la invasión de Polonia por ambos países, la cual estuvo marcada por la masacre de Katyn, bien contada recientemente por Thomas Urban. Esto, sin embargo, fue negado por décadas por la feligresía comunista e incluso se sigue negando aunque el propio Gorbachov lo reconoció.

Tampoco es raro que los comunistas, sobre todo los cómodamente ubicados en Occidente, se refirieran al ahora derrumbado Muro de Berlín bajo el eufemismo de barrera de protección antifascista. En Chile, muchos antiguos adeptos al socialismo real evitan hablar de la realidad que había detrás del muro. Aplican la desmemoria estalinista. Por suerte, se abrieron los archivos de la Stasi, la policía secreta comunista, que dejan en evidencia que el régimen que se decía más humano y fraterno en realidad promovía la desconfianza y el espionaje hasta entre familiares, por lo que la sociedad socialista no era el reino de la solidaridad, sino que era una enorme estructura de cinismo y mentira. Como recordaba Vaclav Havel su vida bajo el comunismo en la antigua Checoslovaquia: “El individuo no está obligado a creer todas estas mistificaciones, pero ha de comportarse como si las creyera o, por lo menos, tiene que soportarlas en silencio o comportarse bien con los que se basan en ellas. Por tanto, está obligado a vivir en la mentira”. La farsa se convirtió en el instrumento de dominio de los jerarcas comunistas, mediante el cual los seres humanos terminaron siendo simples engranajes, tal como definía Stalin a las personas. Idea que Jrushchov repetía sin problemas. Por eso, Jaime Castillo Velasco, en su libro El problema comunista decía, en referencia a la URSS, que ahí el hombre mismo ya era una falsedad.

Los crímenes del comunismo han sido documentados en diversos países que estuvieron sometidos bajo su yugo. Han sido condenados tanto por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en 2006 y oficialmente reconocidos por el Parlamento Europeo en 2019, situando así al mismo nivel al comunismo y el nazismo como ideologías totalitarias y criminales. Sin embargo, ha sido tal el éxito negacionista de los adeptos al comunismo, que a diferencia de otras ideologías totalitarias como el nazismo o el fascismo, sus partidarios han continuado sus afanes, bajo la excusa de combatir las injusticias y miserias, con el abierto silencio e incluso el beneplácito condescendiente de las sociedades y sistemas políticos democráticos, respetuosos de las libertades humanas.

Tal como ocurría cuando se denunciaban los crímenes en la URSS, la táctica actual es poner en duda la integridad del denunciante acusándolo de farsante, vendido, traidor. Cuando en el caso de Venezuela, Michelle Bachelet denunció en 2019 que existen alrededor de 5 mil ejecuciones extrajudiciales cometidas por las fuerzas de seguridad venezolanas, los comunistas chilenos no tardaron en poner en duda tales denuncias acusando falsedad y poca objetividad. Así, cuando los eufemismos comunistas son descubiertos, se denuncia un interés siniestro o en última instancia, se recurre al victimismo acusando de anticomunismo a quienes cuestionan el comunismo.

Es probable que ahora, ante los cuestionamientos por su apoyo abierto al régimen de Ortega, los comunistas chilenos de los diversos partidos acusen a sus adversarios y críticos de fascistas y antidemócratas. Porque claro, bajo sus eufemismos, ellos son los demócratas por excelencia.