El puzle económico de Boric
Por Pablo Paniagua, investigador senior de la Fundación para el Progreso
El flamante presidente electo Gabriel Boric va a recibir una economía particularmente complicada y es muy probable que el ámbito económico sea uno de los principales desafíos de su mandato presidencial. Esto se ha visto reflejado ya hoy, incluso antes de que comience, ante el ruido y toda la polémica en torno a quién se nombrará como futuro ministro de Hacienda. De esta manera, los desafíos económicos del futuro Presidente se podrían dividir en dos: uno exógeno a su gobierno, que sería el contexto macroeconómico e internacional en el cual este comienza su mandato, y uno endógeno a su gobierno que dependerá, en gran medida, en cómo se implementen las baterías de reformas económicas que están planteadas en su programa de gobierno.
Con respecto a los aspectos exógenos o coyunturales, Boric recibirá una economía bastante dañada por la pandemia, con serios problemas de gasto público y de informalidad, y afectada por los problemas logísticos internacionales. Por ejemplo, la Ley de Presupuestos contempla que se debe reducir el gasto público en más de un 20%. Apretarse el cinturón fiscal va claramente en contra de la expansión de los derechos sociales y de la dignidad que formaron el eje del relato de Boric. A su vez, como lo ha dejado en claro el Banco Central en su último IPOM, la economía chilena va a enfrentar una fuerte contracción económica y con los niveles de inversión cayendo, esto debería dejar al país al borde del estancamiento en el corto plazo. Si a esto le sumamos las presiones logísticas internacionales y la elevada inflación local, la presión hará que el BC continúe subiendo las tasas de interés, encareciendo los dividendos de la clase media, los proyectos inmobiliarios y los proyectos económicos de largo plazo, haciendo todo menos viable financieramente. Todo esto podría dejar un escenario económico (ya exógeno al presidente electo) complicado y casi en el borde de una “estanflación”, esto sin siquiera entrar a considerar el futuro programa de gobierno y la pugna política interna a su colación.
Ahora bien, y con respecto a los aspectos endógenos que son inherentes al programa de gobierno del presidente electo, sabemos de antemano que su programa tiene un eje marcado más por las contra-reformas al sistema económico, que buscan la redistribución y mejores programas sociales, por sobre un eje concentrado en el crecimiento económico y en la iniciativa privada. Como ya lo ha advertido el economista Nicolás Grau: “Una parte de nuestro programa en el corto plazo no es pro-crecimiento, es evidente”. En este sentido, el eje redistributivo es claro, y apunta a tratar de mantener un balance que no es fácil de solucionar: por un lado, la expansión y mejoras de programas sociales financiados con un fuerte aumento de los impuestos, y, por el otro lado, una creíble consolidación fiscal que a su vez no ponga freno y trabas al crecimiento económico. Esta delicada ecuación no es fácil de resolver, y el segundo mandato de la Presidenta Bachelet es la clara muestra de lo que sucede cuando dicha ecuación explota y el precario equilibrio entre redistribución y crecimiento económico se desploma.
En este sentido, obsesionarse con los rostros del próximo mandato y quiénes serán nombrados ministro de Hacienda y ministro de Economía no es la cosa más relevante. Si bien el nombramiento de las autoridades económicas es un aspecto importante y genera un efecto clave de credibilidad inicial —que ayudaría a anclar o desanclar las expectativas de los inversionistas en el corto plazo—, lo más importante sin duda será el cómo el futuro gobierno ejecuta su programa económico a lo largo del mandato. Más importante será si dichos rostros de las autoridades económicas estarán en sus cargos para ejecutar a pie juntilla aquel programa o si sabrán enmendarlo y descartarlo en la medida en que no genere los resultados esperados. Como lo ha reconocido el economista José Luis Daza, el “mercado quiere un nombre que no implemente el programa como está escrito. Un buen nombre calmará los mercados, pero la calma durará mientras no implemente el programa económico”.
De esta manera entonces, el verdadero problema del puzle no son los rostros que liderarán las carteras económicas, sino que más bien cómo dichos rostros reaccionarán de cara a —y ejecutan— el programa económico originario del presidente electo. Es ahí donde se verá cómo se resuelve el puzle económico de Boric y es ahí que se conocerá cómo se resuelve la delicada ecuación entre la redistribución, la deuda pública, los programas sociales y el crecimiento económico. Con todo, los mercados y los inversionistas locales irán reaccionando a los resultados efectivos del programa y de cara a cómo este se vaya autorregulando en la medida en que no se vaya haciendo compatible con el frágil contexto económico real; así, estos mercados e inversionistas serán completamente escépticos ante las buenas intenciones y los discursos voluntaristas del futuro gobierno.
En síntesis, los principales problemas del puzle económico de Boric son dos: primero, cómo el programa económico original se vaya ejecutando en el tiempo y cuán fiel a su programa originario será el gobierno y la coalición de facto en la medida que avance el tiempo y la economía enfrente los problemas exógenos ineludibles ya mencionados. Y, segundo, existe el problema político ineludible dentro del puzle económico de Boric, pues el Partido Comunista y la izquierda más extrema —que sí va a poseer un rol y un papel de peso en el futuro gobierno ya que podría incluso llegar a tener cinco ministerios de los 24 que existen—, ya ha dado varias luces de que ellos no están dispuestos a alterar el programa y la hoja de ruta económica delineada en un principio. Es en estos delicados balances donde subyace el principal problema del puzle económico del futuro Presidente. Es de esperar que Boric tenga la habilidad para nominar a personas preparadas que sepan decir que no, para que marginen a las voces obstinadas del programa original y que sepan escuchar a los mercados en la medida en que vayan encajando las piezas.
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