El reloj de reb Nujem

CONVENCIÓN


Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Fac. de Derecho U. de Chile

Siguiendo con los cuentos judíos, Sholem Aleijem, mismo escritor del “Violinista en el tejado”, tiene un cuento menos conocido llamado “El reloj”. En éste narra la historia de un reloj familiar que por generaciones funcionó a la perfección. Todo el pueblo lo usaba como referencia para ajustar sus propias horas -y conductas- hasta que alguien advirtió que podía estar fallando, pues tocaba 13 campanadas en lugar de 12. Nada terrible. No se alteraba su función principal. Sin embargo, la familia intentó arreglarlo colocando pesos a su péndulo. Ensimismados en la que creían una perfecta reparación, el reloj de reb Nujem crujía sin que nadie lo notara, hasta que se derrumbó estrepitosamente.

Algo similar ocurre con el proceso constituyente. Cuando una sociedad opta por escribir una Constitución y reparar su pacto social, lo hace para limitar a la mayoría y resguardar ciertos derechos individuales. En el fondo, se definen los contrapesos que eviten un colapso institucional, la pérdida de libertades y la instauración de privilegios y desigualdades. Por lo mismo, Carlos Peña afirma que una Constitución debe necesariamente contar con legitimidad jurídica, social y moral. Es decir, debe ser válida, los ciudadanos deben estar dispuestos a obedecerla, y ella debe equilibrar los intereses de todos de manera imparcial, lo que solo se logra en condiciones de auténtico diálogo e inclusión.

A estas alturas en que el proyecto de nueva Constitución cuenta ya con más de 150 artículos aprobados, es posible avizorar la posible ausencia de legitimidad social y moral. Cada semana se introducen preceptos sin ningún intento real de diálogo imparcial ni atisbo de equilibrar los intereses o deliberar de buena fe respecto de ellos. Menos aún de aprobar reglas que limiten a la mayoría. Por el contrario, cada nuevo artículo parece reforzar el propósito de establecer lo que J.S. Mill denominó “tiranía de la mayoría”. Así, se ha debilitado el Poder Judicial con profundas alteraciones a su independencia e imparcialidad al consagrar un Consejo de la Justicia como instrumento de control político. Otro tanto ocurre con el Ministerio Público y la Defensoría Penal Pública. También se socava el Poder Legislativo con la eliminación del Senado, estableciendo eufemísticamente un bicameralismo asimétrico, que en la práctica empodera a las mayorías coyunturales de la Cámara de Diputados y Diputadas, y prescinde de la Cámara superior que por sus características iguala la cancha desde una perspectiva territorial. Sin Senado, y esto hay que decirlo, pierden la descentralización y las regiones, y se imponen los territorios de mayor demografía.

Desaprensivamente se agrega peso a nuestro reloj constitucional ignorando sus consecuencias. Como en el cuento, posiblemente, algún día solo lo recordemos “tendido sobre el suelo, vestido con un blanco sudario”.

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