El riesgoso escenario boliviano
“Nos vamos a organizar en ‘ronderos’ como nuestros hermanos campesinos en Perú”, advirtió hace una semana el expresidente boliviano Evo Morales al gobierno de su correligionario Luis Arce si éste no toma medidas para contener lo que considera una infiltración extranjera en el territorio del Chapare, el bastión histórico de los cocaleros de Cochabamba. Sus declaraciones fueron vistas como una advertencia a las autoridades de La Paz y una señal de que mantiene en pie su vieja idea de crear milicias en ese territorio. Pero más que eso fue un nuevo capítulo del abierto enfrentamiento entre el exmandatario y su sucesor y ex ministro de Economía de su gobierno Luis Arce, y que ha sumido al oficialista Movimiento al Socialismo (MAS) en una profunda disputa de poder, con acusaciones cruzadas, que amenazan con un quiebre del partido.
Los conflictos abiertos al interior del partido de gobierno en Bolivia son, sin embargo, sólo uno de los componentes de una crisis mucho más profunda que está atravesando ese país y poniendo en jaque su estabilidad. A las peleas al interior del MAS se suma la tensión histórica entre el departamento de Santa Cruz -fuente del 70% de los alimentos que se producen en el país- y La Paz, en el occidente boliviano. A fines del año pasado el gobierno detuvo al gobernador de esa zona, al que acusa de “terrorismo” y “cohecho”, y si bien éste niega los cargos, hoy se encuentra cumpliendo prisión preventiva. Todo ello desató violentas protestas en esa región que, si bien cedieron en febrero pasado, la mantienen en un estado de frágil calma, que puede quebrarse en cualquier momento, reviviendo no sólo la violencia de enero, sino incluso la que en 2008 mantuvo al país al borde de una guerra civil y del quiebre territorial.
Lo anterior, sin embargo, adquiere mayor gravedad a causa de la fragilidad que atraviesa la economía boliviana y que es fruto de más de 15 años de una política económica que se basó casi exclusivamente en el aprovechamiento de las reservas de gas, sin generar incentivos para nuevas inversiones. Desde que en 2006 Evo Morales nacionalizó los hidrocarburos, Bolivia recibió ingresos abundantes, pero sin impulsar una estrategia para diversificar la economía y asegurar así un crecimiento sostenido a largo plazo. Por eso, con los yacimientos actuales virtualmente agotados y sin nuevas explotaciones a la vista, el país ha tenido que volver a importar hidrocarburos por primera vez desde 1990. Ello, sumado a la política de cambio fijo que rige desde 2011, ha dejado al país en un grave estado de debilidad económica que ha visto esfumarse el llamado “milagro boliviano”.
El país cuenta actualmente con reservas efectivas en el banco central que no superan los 300 millones de dólares y un virtual corralito para la divisa norteamericana, que ha llevado a los bolivianos a tener que refugiarse en monedas de países vecinos, como el sol peruano o incluso el peso chileno, ante la escasez de dólares. El escenario ha reavivado los temores de los ciudadanos de que sus ahorros previsionales, que desde mayo pasan en un 100% a una nueva gestora estatal, sean utilizados para otros fines, lo que ha gatillado nuevas marchas de protesta contra la medida. Lo anterior representa un cóctel peligroso de factores que adelanta un complejo escenario para Bolivia. La historia reciente de la región da cuenta de países que atravesaron situaciones similares y terminaron generando repercusiones más allá de sus fronteras. Es el caso de Venezuela y también de Argentina, tras la crisis de 2001.
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