El simulacro
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, Universidad de Chile
Por mucho que uno desee esperar el desenlace del proceso constituyente para opinar a favor o en contra del texto que se proponga, es evidente a estas alturas su descalabro. Aparentar por corrección política que éste se debe cuidar entre todos, no solo es una hipocresía, sino a estas alturas una gran cobardía y autoengaño. Es cierto que la Convención Constitucional fue impuesta bajo la presión de encauzar la violencia generada en octubre de 2019, sin embargo, el acuerdo del 15 de noviembre terminó siendo solo un placebo, carente de eficacia terapéutica. Nos permitió ignorar por un par de años (gracias también a la inesperada pandemia) la gravedad de los síntomas de descomposición de nuestra democracia, pero ahora, enfrentados a la realidad, vemos que poco y nada queda del espíritu del acuerdo. La Convención no parece querer proponer una Carta Fundamental que ayude a unificar a Chile y sanar nuestro dañado tejido social, sino que se erige en un órgano revolucionario que busca implementar un modelo político maximalista y de corte totalitario. Duele ver cómo el temor arrastra a gente de credenciales democráticas impecables, las que con tal de evitar pagar costos se suman resignadas a esta orgía destructiva de la República y del estado de derecho.
Por ello, no pude evitar recordar a Jorge Luis Borges y su cuento “El simulacro”, donde narra un singular y falso velorio, que se inicia con la llegada a un pueblo del Chaco de un hombre que porta una caja de cartón en la que reposa una muñeca rubia a la que se disponen a velar, imitando una ceremonia fúnebre real. En palabras de Borges: “¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico?”.
Algo de ello hay en el desvirtuado proceso constituyente. Estamos ante una fúnebre farsa, en la que el desenlace se conoce. Presenciamos el sacrificio ritual de nuestra democracia como si se tratara de un reality show. Falta valor para confrontarlo. Ante la cobardía -porque ya no es mera indiferencia- de la “mayoría silenciosa”, somos testigos de una febril Convención que se ha propuesto imponer un modelo insospechado de pacto social indigenista, en el que cada iluminado -como en la Revolución Bolchevique- sueña con su propio Palacio de Invierno. Es, por lo mismo, deber de nuestro Congreso Nacional, que aún detenta potestades constituyentes, corregir el rumbo. No hay marcha atrás en la necesidad de una nueva Constitución, pero sí es necesario reformular el mecanismo y la representatividad para elaborarla, asegurando el indispensable marco de unidad que debe gozar una Carta Magna para ser legitima. En palabras del ex Presidente Frei Montalva, no se humilla quien pide por la Patria. Ello puede tener un alto costo en el corto plazo, pero la libertad y la democracia no pueden esperar.
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