El Transantiago constitucional
Por César Barros, economista
El 10 de febrero del 2007, fecha memorable, se inaugura el Transantiago con bombos y platillos. Parte solo con 1.400 buses, de un total de 5.000 planificados. Desde esa fecha, se reconoció (lo hizo un relojito suizo de planificación centralizada, uno de sus autores y futuro ministro de Transportes) que el sistema estaba colapsando. Y llego marzo, con el término de las vacaciones y la entrada de los colegios. No había diseños del Transantiago para comunas completas del oriente, norte y sur de la capital. Grandes aglomeraciones. El Metro transportaba en promedio seis personas por m2. Choferes del Transantiago reclamaban por falta de lugares de descanso. Se autorizó el uso de carreteras para el sistema. La popularidad del gobierno bajó del 40%, y de hecho la Concertación perdió todas las elecciones que siguieron a esa fecha fatídica.
Finalmente, el sistema -bajo la sabia guía de René Cortázar- sufrió modificaciones fundamentales: 75 recorridos fueron corregidos en forma relevante; se construyeron no menos de 2.700 nuevos paraderos; cambiaron los incentivos para que las concesionarias maximizaran la cantidad de buses en la calle. Pero el sistema, que se suponía autofinanciaba, resultó con un déficit de US$ 800 millones (al 2019). También empezaron a quebrar las concesionarias (Transaraucaria, Alsacia, Subus, Express, etc.).
Fue un cambio radical: un “big bang” del transporte público. El caso del Transantiago se estudió en las principales escuelas de negocios y de políticas públicas del mundo, y la conclusión fue lapidaria: los “big bang” de políticas públicas son de enorme riesgo. Y la planificación “de escritorio” por parte de académicos sin calle son un desastre.
Y así el Transantiago terminó siendo algo distinto del que hicieron los profesores de transporte. Fue apuntalado por más líneas del Metro, y con la pandemia por autos particulares y motos. Cambió, o fue sustituido, como tantas malas políticas del pasado. Ahora, el Transantiago - apodado “Trastortuga”- circula lentamente, víctima de bandas de bellacos que los asaltan y los incendian.
Asimismo, la nueva Constitución -aun en trabajo-, si sigue como va, será un Transantiago constitucional. Y no lo inventé yo: lo dijo el senador de izquierda por Antofagasta. Claro, los senadores en ejercicio, y los recién electos, resienten la desaparición del Senado a manos de la CC; y los de izquierda, por primera vez, alzan la voz criticando el proceso…, obvio, cuando les tocaron sus intereses.
Pero la “capitis diminutio” del Senado es solo uno de los problemas que ha creado esa verdadera aula magna de la ignorancia que está diseñando nuestro “big bang” constitucional. Si continúa así -y se aprueba- seguirá los pasos del Transantiago: será modificada sin cesar, hasta que funcione. Entre tanto, los dolores del parto serán muy agudos, las pérdidas sensibles, y el desprestigio de nuestras instituciones incalculable.
Muchos ahora están felices de ver cómo se “fríe” la centroderecha, con todas sus propuestas rechazadas -firmas o no firmas-, pero como dijo el Presidente Frei Montalva: la rueda de la fortuna no la fija nadie, y el “big bang” constitucional puede ser rechazado. Y nadie -salvo Pablo Longueira- tiene un Plan B, en un país donde a la izquierda le cuesta reconocer de buena fe que la derecha también tiene pleno derecho a gobernar, con una oposición razonable.
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