El vacío
Por Josefina Araos, investigadora del IES
El inesperado resultado de las elecciones dejó en segundo plano algo que, hasta que empezó el conteo de votos, dominaba la discusión pública: la alta abstención. A diferencia del plebiscito de octubre, más de la mitad del padrón electoral no salió de sus casas, a pesar de tener dos días -y vacuna de por medio- para hacerlo. Antes de advertir que los resultados lo beneficiaban, el mundo del FA y el PC llenó las redes sociales de reacciones furiosas por una abstención que, supuestamente, solo beneficiaba a la derecha y a los más privilegiados (“hoy el rechazo votó en masa” decían algunos). La gente pobre, en cambio -enajenada-, ignoraría que en esto se jugaba algo importante. Por supuesto, la inquietud desapareció una vez conocidos los resultados finales.
Sin embargo, esta izquierda no debiera olvidar tan rápido la abstención y resistir la tentación de una borrachera electoral como la que embargó el inicio del segundo gobierno de Sebastián Piñera. Éste asumió su histórica votación como un apoyo irrestricto al modelo y la confirmación de que el malestar era invento de la oposición. La conclusión ahora no puede pecar del mismo triunfalismo: si comparamos ambas elecciones, más que izquierdización, lo que vemos es un electorado volátil y un silencio que no hemos podido explicar. Eso exige una lectura cauta del momento y un esfuerzo por comprender los motivos de tan significativa abstención.
¿Cómo interpretar este silencio? La pregunta admite múltiples respuestas, pero quisiera explorar una hipótesis: quizá muchos no se movilizan porque no encuentran un proyecto que les haga sentido. Ni izquierda ni derecha tradicional, ni tampoco el castigo a la clase política alcanzan para motivar su voto. Y, sin embargo, algunos de ellos sí lo hicieron para el plebiscito. ¿Por qué ahora no participaron? Uno podría aventurar que se trata de personas que comparten la esperanza de cambios, pero no las convencen las propuestas disponibles, pues no logran conectar con sus inquietudes. Esto no debiera sorprendernos si advertimos que las alternativas más altisonantes hoy se vinculan con los grupos más vociferantes del espectro político. Entre un sector de la derecha apanicado y otro en la izquierda que abraza posiciones maximalistas, va quedando entre medio un espacio vacío. Y es allí donde podría instalarse una propuesta, hoy inexistente, para convocar a quienes no se sienten representados: la reivindicación crítica de los últimos treinta años.
Con esto me refiero a un proyecto que reconozca los conflictos derivados de la dinámica política del Chile postransición, pero sin renunciar a la protección de todo aquello que se avanzó luego del retorno a la democracia. Como muestran los datos de la iniciativa “Tenemos que hablar de Chile”, la radicalidad que caracteriza a la ciudadanía tiene más relación con la forma en que hoy se hacen las cosas, que con el contenido mismo de las transformaciones que se piden. Lo que la gente parece anhelar es más bien un “cambio conservador” que asegure aquello que se ha conseguido con tanto esfuerzo. Y que el temor a la incertidumbre deje de ser, así, la principal experiencia cotidiana de las grandes mayorías.
Para esa demanda hoy no existe relato ni proyecto político, y esa puede ser una de las razones del silencio electoral de tantos. Quienes en la clase política estén dispuestos a resistir la estridencia de los extremos tienen allí un horizonte para recomponer los vínculos quebrados con una ciudadanía que exige ser representada.
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