El valor del agua

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Por Juan Eduardo Saldivia, abogado y ex superintendente de Servicios Sanitarios

Desde 1993, cada 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua instituido por acuerdo de la Asamblea General de las Naciones Unidas. El lema para este año era simple, “valoremos el agua”. Entonces, invito a que nos demos unos minutos para reflexionar qué sería de nuestras vidas sin agua el potable de manera constante en nuestros domicilios, las 24 horas del día.

Dicen que la mejor manera de valorar algo -desde una persona a un bien- es pensar qué sería de nosotros sin él. Muchos son los que lamentan no haber valorado adecuadamente a un ser querido cuando ya no está.

¿Como se habría enfrentado el coronavirus sin la posibilidad de lavarnos las manos cada vez que ha sido necesario? Enfrentamos la mayor y más profunda sequía desde que se tiene registro. Es un hecho que ya hay localidades rurales o semi rurales de la Región Metropolitana, atendidas por Sistemas Agua Potable Rural, que tienen serios problemas de abastecimiento. Lo mismo ocurre en otras regiones de la zona central. Es una pandemia oculta y silenciosa que agrava la situación de pobreza y desamparo de la mayor parte de sus habitantes.

¿Por qué es una pandemia oculta? Simple, en nuestro país centralista si algo no pasa en Santiago, no ocurre. Y lo que ocurre es que en Santiago -como en todas las zonas urbanas de Chile- el agua está en la totalidad de los hogares de manera permanente. Pero eso no es lo normal. Las cifras hablan por sí solas. A nivel mundial, solo 27% de la población recibe agua potable por redes de manera continua. Entonces, Chile constituye una excepción extraordinaria. El 99% de su población urbana recibe agua potable por red, de manera continua y segura. Y esta situación excepcional se ha mantenido en el contexto de la sequía más profunda y extensa de nuestra historia, ¡lo que no es un logro menor!

¿Cuál es la clave? Un Estado en forma por décadas. No hay otra explicación. No es mérito de uno o dos gobiernos, son décadas de sucesivas políticas públicas destinadas a extender el abastecimiento de los servicios sanitarios a la mayor parte de la población. Así como hoy podemos enorgullecernos del proceso de vacunación que se ha dado en nuestro país, ejemplo para muchas otras naciones y cuyo éxito radica -entre otros- en la capacidad del Estado para desplegarse en todo el territorio con oportunidad y eficacia, también podemos enorgullecernos del sistema de prestación de servicios sanitarios con el que contamos.

Sin embargo, los éxitos pueden diluirse y el principal riesgo de dilución de nuestro sistema de abastecimiento es la falta de conciencia sobre lo delicado y frágil que puede llegar a ser la falta de agua en la naturaleza. Todos debemos valorar el agua como lo que es, un bien cada vez más escaso.

Santiago estuvo a pocos minutos de quedarse sin agua durante las lluvias torrenciales de fines de enero. Parece paradójico, pero así es nuestra naturaleza. Si el Estado, en conjunto con la empresa privada, no hubiese decidido invertir en sistemas de seguridad como los mega estanques de Pirque se habría visto interrumpido el suministro, probablemente, por varios días y, además, en medio de la pandemia por Covid-19. Entonces, tanto como valorar el agua en sí, invito a valorar todo lo que hay detrás y que permite que 99% de la población urbana pueda contar con agua las 24 horas del día en sus hogares. Para que ello se mantenga, es necesario que se siga invirtiendo para evitar que la escasez del recurso natural, a causa del cambio climático, se transforme en una situación de desabastecimiento crónico para las ciudades.

Cuando el entorno sufre transformaciones relevantes, corresponde que los Estados adopten políticas de largo plazo que se hagan cargo de dichas transformaciones. Tenemos problemas serios, que requieren respuestas de alto nivel y de largo aliento, tal como la ha hecho Chile en el sector sanitario por más de 50 años. La sequía estructural requerirá la ejecución de proyectos de inversión muy costosos. Plantas desalinizadoras, grandes impulsiones y conducciones, capacidad de almacenamiento mucho mayor a la actual, captación de aguas subterráneas a niveles de profundidad mucho mayores a las actuales, entre otras.

Por el lado de la ciudad, habrá que repensar su funcionamiento. Plazas, jardines y parques tendrán que olvidarse del pasto y reemplazarlo por vegetación propia de zonas áridas. Lo habitantes tendremos que cambiar radicalmente las costumbres. Hay que disminuir el consumo individual, entendiendo que el agua potable es un bien escaso y difícil de producir. También, tendremos que pensar en la reutilización de las aguas. La economía circular es un nuevo paradigma que llegó la hora de implementar en la materia.

Finalmente, la invitación del Día Mundial del agua, es a valorarla, pero sobre todo, a tomar conciencia de sus escases y, por consiguiente, a reconocer nuestros sistemas de abastecimiento domiciliario y trabajar en la formulación de políticas para el largo plazo destinadas a fortalecer la capacidad del país para resistir un nuevo clima… con mucho menos agua.