El virus de la congestión
Por Pablo Allard, Decano Facultad de Arquitectura UDD
En la medida que se levantan las restricciones del plan Paso a Paso, se advierte un gran aumento en la movilidad, lo que es un síntoma claro de la recuperación económica, al aumentar los viajes de trabajo, comercio y servicios. Sin embargo, si esa movilidad se da casi exclusivamente por vehículos particulares, derivará en un aumento dramático de la congestión vehicular, contaminación ambiental, accidentes y efectos derivados del uso del automóvil. Un estudio reciente del BID reveló que la congestión en Santiago cuesta alrededor de US$ 1.406 millones al año, lo que equivale al 1,04% del PIB de la ciudad.
Lamentablemente, lo que se observa durante el desconfinamiento es un dramático desbalance del sistema de transporte en nuestras ciudades. Pese a estudios que avalan la poca probabilidad de contagio en el Metro y buses bien ventilados, persiste el temor al transporte público, el cual solo ha recuperado cerca del 50% de los pasajeros que transportaba antes de la pandemia. Así, son miles los que se han cambiado al automóvil, no solo para evitar el transporte público en pandemia, sino también por la mayor liquidez producto de los retiros de AFP, el IFE y otros beneficios estatales.
Se estima que este año terminará con la cifra récord de venta de autos usados por sobre las 1.250.000 unidades. A ellos se suman las 361.707 unidades de vehículos cero kilómetros, vendidas entre agosto de 2020 y julio de 2021 -lo que representa casi mil autos nuevos cada día-, de los cuales 156.268. son SUV (vehículos de mayor tamaño y cilindrada). Otro modo que se ha disparado son las motos, pues el primer semestre de este año se consolidó como el de mayores ventas en la historia de Chile, con 3.796 unidades, más que duplicando las 1.645 en igual período de 2020.
En este contexto, ¿qué podemos hacer para que nuestras ciudades no colapsen?
En Chile hoy tenemos cerca de 5,5 millones de autos y la tasa de motorización alcanza los 270 automóviles cada mil personas; esto es, 3,7 pasajeros por auto. En Europa este número se acerca a 2 y en Estados Unidos a 1. Lo que significa que aún nos queda mucho por crecer.
A este paso, debemos concientizar que hay otros modos más eficientes, económicos y saludables de trasladarse. Comunicar que es seguro usar el transporte público, que lo mejor es combinar distintos modos según el viaje, y que la bicicleta es imbatible en viajes cortos. En lugar de rebajar los impuestos a combustibles o peajes, el Estado debería invertir en acortar y mejorar los tiempos de viaje; potenciar los subcentros urbanos y la intermodalidad, reforzar los servicios de transporte masivo como Metro, Merval, Biotren y trenes de cercanía, dar prioridad de vía a los buses, seguir construyendo ciclovías y aceras seguras, entre otros aspectos.
Finalmente, racionalizar el uso del automóvil con medidas como la tarificación vial por congestión, tarifas de hora punta en autopistas, aumentar el costo de estacionar en áreas centrales, restricción vehicular en días de pre-emergencia ambiental, y aumentar el impuesto a los combustibles. Estas no son medidas populares, pero usar el auto no es un derecho, es un privilegio.