Elección de Bolsonaro: el día después
El triunfo de Jair Bolsonaro lo deja con un claro mandato de una mayoría seducida por el cambio de eje en la política local y por cierta estridencia de propuestas. Y aquí hay algo que se repite en el mundo. Parece que las elecciones comienzan a ganarse por rechazo a lo que tememos, más que por la nitidez de lo que queremos y necesitamos.
Desde Chile, pocas veces vimos tanto activismo nacional en torno a un proceso electoral extranjero. Cartas de adhesión, declaraciones de condena, incluso tempranas felicitaciones de parlamentarios chilenos, antes siquiera de un comunicado oficial de nuestra Cancillería. Exceso de pasión e individualismo, algo imprudentes, cuando al final del día nos debemos entender con quién resulta elegido.
¿Y cuál debiera ser el "piso de nuestro entendimiento"? Convergencia en la diversidad, regionalismo abierto y un consenso en la forma de enfrentar la protección de los derechos humanos, no sólo en evidentes crisis, como en Venezuela y Nicaragua, sino también en abordar desafíos que emplazan a tener un estándar de regulación pública, como ocurre con la migración y atención de grupos vulnerables, en donde el Estado no puede "mirar al techo" refugiándose en la bandera de la libertad individual.
Es así que nuestra relación con Brasil enfrentará muchos "test", que van más allá de la coincidencias económicas, necesarias -por cierto- en un mercado que concentra el primer lugar de nuestra inversión extranjera directa. Así, será importante proyectar coincidencias en la visión de cómo debemos abordar un multilateralismo criticado en su eficacia, pero que resulta esencial para racionalizar respuestas colectivas de la comunidad internacional. También la manera en la que somos capaces de entregar "respuestas globales" a "problemas globales", porque en una era postwestfaliana no caben las excusas locales. El peor riesgo es "desglobalizar" nuestra agenda, en un intento identitario cortoplacista y populista, que a la larga produce aislamiento, endogamia y desenfreno.
Por último, las lecciones en lo político de lo acontecido en Brasil nos deben hacer reflexionar sobre qué está pasando con la construcción de mayorías y proyectos que apelen al diálogo y la mesura. También sobre el destino y rol del centro político, en una democracia que parece inclinarse a ratos más por la exaltación que la reflexión, por la polarización sobre los acuerdos y el sectarismo programático en lugar de la integración de contenidos.
Hemos escuchado al candidato, ahora esperemos al Presidente.
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