Emergencia global; solución nacional
En Guerra Mundial Z, la apocalíptica cinta sobre el contagio zombie basada en la novela homónima, Brad Pitt interpreta al valiente Gerry Lane, un funcionario de la ONU que logra salvar al planeta. Lane opera bajo la bandera del organismo y recorre el orbe para buscar la solución que no encuentran los estados de manera individual. En el filme, la ONU salva al mundo de una plaga mortal. ¿Cuál es la moraleja? Bueno, que la ONU solo salva al mundo en las películas.
El mundo real no es así. En él no es un ente multilateral el que enfrenta una crisis como la del coronavirus, sino los gobiernos. Esta es una crisis global, pero la respuesta es nacional: son los gobiernos de cada país los que están diseñando e implementando medidas.
Ha habido quejas por la falta de cooperación global para enfrentar la emergencia. Pero, en un ambiente internacional de creciente rivalidad entre potencias, no es esperable que prime la coordinación. Cuando se trata de una crisis que amenaza la supervivencia, solo un inconsciente dejaría la solución en manos extrañas.
Si enfrentamos un problema global, la respuesta también debería serlo, ¿o no? Ese es el sueño de globalistas y funcionarios internacionales, pero es muy probable que terminaría siendo una pesadilla para el resto. Resulta más eficaz dejar la respuesta a los gobiernos nacionales, que conocen e interpretan mejor la cultura y las leyes de sus países, cuentan con la legitimidad política para imponer normas y restricciones, protegen mejor los derechos de sus ciudadanos, poseen recursos y los distribuyen con mayor facilidad, y son más sensibles a las urgencias y necesidades de la población, ya que se encuentran más cerca del problema y pueden reaccionar más rápido. El virus amenaza por igual a chinos, coreanos, italianos y chilenos, pero la respuesta no puede ser la misma para todos.
Este enfoque involucra peligros: los chinos retardaron inicialmente la entrega de información, lo cual favoreció la propagación del virus; la respuesta italiana fue tardía, al igual que la española. Pero también exhibe aciertos: la disciplinada reacción surcoreana, singapurense y taiwanesa ha sido exitosa.
Todos los gobiernos pueden aprender de esas experiencias, pero, al final, cada uno deberá diseñar y aplicar respuestas propias basadas en las realidades que encara, sabiendo que será responsable ante su población por las decisiones que tome. No ocurre igual con los organismos internacionales, cuya capacidad operativa es más limitada y pueden ser menos cuidadosos al implementar medidas si no deben responder por ellas ante una opinión pública concreta.
Nos hallamos en manos de liderazgos nacionales imperfectos, pero es lo mejor a lo que podemos aspirar. Lo demás es novela o película.
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