En defensa del compromiso
Por Carlos Ominami, economista
Soy técnicamente un independiente. Hace más de 10 años que no milito en un partido. No vivo esta condición como una virtud. La siento más bien una carencia. Más aún, aspiro a dejar en algún momento esta condición para ser parte de una fuerza organizada. No creo en los jinetes solitarios. La historia la hacen los pueblos bajo la conducción de fuerzas políticas que se ganan por sus ideas y su práctica la posibilidad de conducirlos.
Está de moda denostar a los partidos. Se gana con ello aplausos y simpatías. Es una vía fácil pero espuria. Es una evidencia que nuestro sistema de partidos acusa un fuerte desgaste, que estos se han vaciado de contenidos, transformándose a veces en máquinas de administración del poder. Para recuperar prestigio y representatividad los partidos deben reformarse y no perder de vista que son insustituibles en un sistema democrático.
Vivimos un tiempo desafiante. Estamos convocados a un proceso constituyente inédito. La Convención Constitucional (nombre que representa una concesión a la derecha que no aceptaba el de Asamblea Constituyente) tiene una responsabilidad mayor: cumplir con el mandato de cambio que arrojaron las urnas en el plebiscito del 25 de octubre. El mandato es doble: por una parte, pasar de una sociedad de consumidores a una de ciudadanos titulares de derechos exigibles. Para ello hay que transitar desde un Estado subsidiario a un Estado democrático social de derechos. Por la otra, se trata de transferir poder desde las élites a la ciudadanía, desde la capital hacia las regiones y comunas, desde el Ejecutivo al Congreso Nacional, desde los empresarios a los trabajadores, desde los hombres hacia las mujeres.
La tarea del momento es generar una fuerza de mujeres y hombres, militantes y no militantes, comprometidos con esos objetivos. Una nueva Constitución no emergerá de esfuerzos puramente individuales o de una suma de reivindicaciones sectoriales. El predominio del individualismo fue justamente el que nos condujo a la crisis actual. Necesitamos reagruparnos, reconocernos y compartir una causa común. Es valiosa la libertad del independiente para actuar de acuerdo a su conciencia frente a cada circunstancia. Pero, es más valioso aún el compromiso de quienes voluntariamente resuelven aportar sus talentos y se someten a una disciplina colectiva en pos de una causa mayor. Digámoslo con franqueza, los debates en una Convención compuesta mayoritariamente por individualidades sin compromisos sólidos pueden hacer mucho ruido, pero difícilmente llegarán a puerto. Los acuerdos entre fuerzas organizadas son propios de la democracia. Los arreglos entre personas independientes son más propios de las ferias o de los mercados.
El mandato del 25/O es extraordinariamente exigente; obliga a los partidos a abrirse a la sociedad y a los independientes a comprometerse con causas que los trasciendan. Para lograrlo se requiere una combinación de mucha humildad, generosidad y lucidez.
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