En sus marcas, listos, ¡fuera!
"Debemos evitar caer en banalidades como que aquellos que son independientes “son la mejor opción” sólo por no estar asociados a algún partido".
Inició el 2021 con mucha fuerza, y con él, la madre de todas las batallas. En las próximas horas se cerrarán las inscripciones para las candidaturas de quienes serán los convencionales constituyentes que, de alcanzar los tan necesarios y ojalá buenos acuerdos, darán vida a la Carta Magna que nos regirá durante las próximas décadas. Debemos estar atentos pues, como en casi toda elección popular, existe el riesgo de que aquellos infaltables candidatos personalistas adquieran una peligrosa fuerza en el camino, tentando a la ciudadanía con triquiñuelas con el fin de insertar en los fundamentos de nuestro país sus intereses personales.
Algunos podrían pensar que el hecho de que la mayoría de los candidatos son independientes podría alejar a este fantasma, pero lo cierto es que no nos asegura este ideal. Si bien muchos de ellos no se asocian a un proyecto colectivo, requieren de un determinado número de firmas electrónicas para postular -en término simples no “se deben” a partidos, pero sí a quienes los apoyen-. En esta línea, cabe destacar el actuar de Felices y Forrados, empresa que usó sus plataformas para asegurar este requisito a candidatos de los cuales ni siquiera tenían antecedentes, lo que es aún más cuestionable si sumamos la reciente alerta levantada por el Servel y Chile Transparente, respecto de qué podría haber un intento por parte de una empresa de influir en decisiones políticas.
Al contrario de la creencia de que se necesita ser independientes para brindar cierto resguardo, Daniel Ziblatt y Steven Levitsky explican en el libro Cómo mueren las democracias, que los partidos son esenciales para protegerla por varios motivos. Uno de ellos es que sirven de filtro para evitar que aquellas personas autoritarias, que malintencionadamente quieren escalar a los mandos para dar con sus objetivos personales y extremistas, sean marginadas y alejadas de los centros de poder. Dicho esto, la acción de Chile Vamos de conformar una lista única, en la que sumaron a un gran número de independientes, permite a uno esperar cierta renovación y resguardo, sobre todo habiendo aprendido las lecciones de aquellos díscolos que se arrimaron a varios proyectos populistas. Ideal hubiese sido que ocurriera lo mismo en la oposición, pero no es el caso.
Ahora la posta la tiene la ciudadanía. Seremos nosotros quienes tomemos la última palabra en las urnas. La futura Constitución debiese contener ideas de largo aliento que nos representen a todos, y no posturas personalistas o cortoplacistas. Para esto debemos evitar caer en banalidades como que aquellos que son independientes “son la mejor opción” sólo por no estar asociados a algún partido, especialmente teniendo en cuenta que es por este hecho que muchas veces sus programas, pensamientos y compartimiento futuro abren más dudas que certezas. Cualquier persona, venga de donde venga, que rechace de alguna forma las reglas democráticas, niegue la legitimidad de sus oponentes, acepte la violencia y/o restrinja las libertades civiles de sus opositores, son un peligro para esta inédita posibilidad que ya comienza.