Engañao pal Servel
¿Es razonable creer que un partido nuevo y con escaso poder político formal, como el Partido Republicano, haya sido capaz de doblegar a una coalición de partidos e imponer sus condiciones de manera unilateral a sus nuevos socios?
Uno de los grafitis más viralizados de los últimos años en diversas redes sociales, es el de una muralla en Andalucía que tiene la leyenda “emosido engañado”, escrita por un grupo de okupas desalojados que creyeron, ingenuamente, que podrían volver a ocupar sus viviendas. Un sentimiento similar es el que aparentan sentir Mario Desbordes y el diputado Francisco Undurraga que, a menos de 24 horas de haberse concretado el pacto de Chile Vamos con el Partido Republicano, los forzó a salir a denunciarlo.
Mario Desbordes alega que no habría dado su aprobación si es que hubiese sabido que el pacto incluía el nombre de una determinada candidata. Una excusa administrativa, para ocultar su rechazo a una persona en particular y con la cual busca eximirse de las consecuencias de la conformación de este pacto. Francisco Undurraga, por su parte, habló de la incomodidad que le producía pactar con un partido de ultraderecha, populista, ultramontano y conservador, afirmando que este era un pacto meramente electoral y que el Partido Republicano con Evópoli no tienen mucho que ver. Una excusa retórica que busca separar aguas entre uno y otro conglomerado, ahora que llueven las críticas de la izquierda por la concreción de esta alianza.
Sorprende que un diputado y un exministro, ambos con amplia capacidad y trayectoria, den muestra de tal nivel de amateurismo político. ¿Es razonable creer que un partido nuevo y con escaso poder político formal, como el Partido Republicano, haya sido capaz de doblegar a una coalición de partidos e imponer sus condiciones de manera unilateral a sus nuevos socios? ¿Fueron engañados los negociadores de Chile Vamos, los presidentes de partido y los militantes de la coalición oficialista que terminaron pactando a ciegas con un partido del que no conocían nada? Es bastante dudoso.
En diciembre de 2017, ninguna sola voz de la centroderecha se opuso al apoyo que José Antonio Kast le dio al entonces candidato Sebastián Piñera. Luego de una irregular primera vuelta, donde apenas alcanzó el 36%, la derecha necesitaba los votos de Kast para superar a Guillier y llegar a La Moneda. No hubo vetos, condiciones ni gustitos personales: Kast se sumó completamente a la campaña y fue uno de los artífices del triunfo de Piñera, sin mediar oposición o negativa de sus nuevos aliados.
El Kast del 2021, ideológica y políticamente, no es muy distinto al que Chile Vamos acogió con los brazos abiertos. No es Kast el que cambió, es la coalición oficialista la que ha virado hacia la izquierda, abandonando su programa de gobierno y entregando, en bandeja, la Constitución que tanto decía respetar. Vetar personas o repetir las caricaturas que acostumbra a hacer la izquierda es un recurso desesperado, que da cuenta de la confusión que tienen muchos dirigentes oficialistas y que no son consistentes con su trayectoria electoral.
Me inclino por creer que, más allá de los detalles, hay un sincero espíritu de la mayoría de la derecha por lograr un acuerdo y dar una señal clara de unidad. Por cierto, hay facciones en los partidos que, por estrategia o convicción, tienen legítimas diferencias con las posturas del Partido Republicano pero que han sido capaces de poner al país por delante.
Quizás, más que el meme de Andalucía, los casos de Desbordes y Undurraga se asemejan más al “Engañao pa´ Chillán”, un clásico video chileno donde la indignada víctima, más que burlado, pareciera haber consentido completamente con el “pacto” que la autoridad le quería proponer. Así, tal cual.
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