Entre el negacionismo y el populismo

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Por Felipe Harboe, senador PPD

De un tiempo a esta parte, el tono y el contenido del debate público ha decaído de manera preocupante. La evidencia, la ciencia y la técnica vuelven a ser miradas con rechazo ante la imposición de argumentos llenos de adjetivos y carentes de lo sustantivo. Atrás quedaron los tiempos en que los proyectos de ley eran evaluados en su impacto, en su experiencia comparada y su pertinencia se analizaba como parte de un diseño, como un todo. Hoy todo parece abandonado a su suerte por quienes consideran que todo lo hecho fue malo y, por quienes habiendo profitado de ello, lo reniegan sin vergüenza. La estridencia se impone a la prudencia, el amedrentamiento político ya son parte de la (mala) praxis política.

Hemos perdido la estética del lenguaje, el trato es vejatorio y vulgar. Hemos perdido el respeto por los límites al poder. Sí, cuando hay autoridades dispuestas a alterar mayorías parlamentarias mediante vetos presidenciales, por discrepancias en los contenidos de lo aprobado; cuando se pretende crear derechos a partir de fallos judiciales para llenar vacíos normativos; cuando se tiene una justicia constitucional con integrantes inamovibles, es que se ha perdido el sentido de la democracia institucional.

Las redes sociales condicionan el debate, ponen y sacan autoridades con argumentos falsos. Se manosean conceptos como pueblo, desarrollo, justicia y ética para justificar malas actuaciones o decisiones.

En este cuadro, en que se inicia la temporada electoral, el escaso poder que tenía La Moneda decae en manos de los partidos políticos al ser estos quienes definen candidaturas y el poder del futuro. El gobierno de Piñera políticamente está cerrado de mala forma. Un país polarizado, sumido en una crisis social y económica, con un debate pobre en medio de la más importante discusión de los últimos 30 años y que decidirá los próximos 50: la nueva Constitución, el nuevo pacto social. No es posible que el destino de Chile se debata entre el negacionismo de algunos que consideran que todo está bien y los populistas que tienen respuestas fáciles a problemas complejos.

Ahora necesitamos elevar la calidad y profundidad de la discusión; necesitamos visualizar una salida a esta crisis multisistémica que vive Chile. Por ello, llamo a retomar la senda de la unidad en torno a una épica: la nueva transición de Chile. La transición social e institucional de nuestra República. Pero como toda transición exitosa, debe hacerse con el mayor nivel de consensos posibles para no caer en lo que tanto criticamos, la imposición de una visión sobre las bases fundacionales de nuestra nueva república. Se trata de algo más profundo: la forma de renovar nuestro pacto social, nuestras instituciones, nuestro modelo de desarrollo y de manera urgente, la profundidad y estética de nuestro debate.

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