¿Es el Simce lo que necesitan las escuelas hoy?

Simce

Por Teresa Flórez, U. de Chile, Alejandra Falabella, UAH, Carmelo Galioto, UOH, Patricia Guerrero, PUC y Verónica López, PUCV

El retorno a la presencialidad para los establecimientos escolares ha sido complejo. Los relatos que se escuchan desde las escuelas aluden a casos de violencia, abuso, trastornos psicológicos y pérdida de parámetros de interacción y relación. En ese marco, llama la atención publicaciones como el reciente editorial de La Tercera, que sostiene la importancia de conservar el Simce y donde se señala que en el retorno a la presencialidad lo que necesitan las escuelas es retomar el plan de evaluaciones. Esta afirmación revela el desconocimiento de lo que las comunidades educativas realmente necesitan: libertad para implementar estrategias de aprendizaje integral con foco en lo socio-emocional, para enfrentar las problemáticas emergentes, protegiendo así la salud mental y emocional de todos sus actores.

Lo que menos necesitan las escuelas hoy es agregar a su actual sobrecarga de trabajo, una evaluación estandarizada, como el Simce. Esto debido a que sus altas consecuencias generan efectos negativos, los que serían aún más perjudiciales en el presente escenario. Las críticas a las evaluaciones a gran escala, como el Simce, tienen un robusto respaldo científico a nivel internacional y nacional con efectos que aluden al estrés y agobio de las comunidades, la reducción del currículum, el trabajo de aula limitado al entrenamiento para responder ítems, la lógica punitiva a la que somete a las comunidades, entre otros. Estos efectos son reconocidos por los actores de las comunidades educativas en diversos levantamientos de sus percepciones en la última década (Encuesta CIDE 2012, Sondeo Realidad Docente del Colegio de Profesores 2018, informes de los Diálogos Temáticos y de la Consulta Pública para la Estrategia Nacional de Educación Pública 2019). Estas fuentes muestran percepciones acerca de esta evaluación como descontextualizada y como uno de los factores de mayor presión sobre el trabajo docente, limitando el desarrollo de experiencias lúdicas y reflexivas y mecanizando la enseñanza, que se enfoca en las asignaturas medidas en el Simce. Así también lo han señalado los movimientos sociales y las organizaciones docentes en los últimos años.

Un temor comúnmente aludido entre quienes sostienen que el Simce debe mantenerse, es que sin esta evaluación los docentes estarían enfrentando su labor “a ciegas”. Esta afirmación desconoce, por una parte, el valor del juicio profesional docente en los procesos de evaluación y reduce la labor educacional a una mirada mecanicista, que no es acorde con los sentidos y la especificidad de la acción pedagógica. Por otra parte, el acumulado de investigación científica en el país muestra que el Simce no tiene mayor uso pedagógico en las escuelas. Si lo que se quiere es poder levantar información sobre brechas y desigualdades, además de evaluar reformas, una buena evaluación muestral bastaría.

Finalmente, es importante reconocer los procesos de transformación pedagógica y evaluativa que se dieron en diversos contextos escolares durante la pandemia, tal como lo revelan las experiencias compartidas en el Informe de la Mesa Inter-Universitaria Covid-19 sobre evaluación formativa en contextos de crisis. Dicho informe señala, además, que son las políticas de evaluación las que deben ajustarse, para ser coherentes con la lógica formativa que se promueve para el nivel de aula. En este sentido, el retorno a la presencialidad debería aprovechar estas experiencias para comenzar a delinear un horizonte diferente, en lugar de plantear un regreso a lógicas que antes de la pandemia ya se reconocían como poco significativas para las escuelas. Medidas como mantener la suspensión del Simce para este año, transitar a evaluaciones muestrales y recuperar el rol de las escuelas en una evaluación contextualizada y formativa, responden a la evidencia y al escenario actual, así como a los desafíos de una formación integral para el futuro.

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