Es la hora de los traidores
Cunden voces denunciando traidores: “traidor”, Boric en la izquierda; “traidor”, Desbordes en la derecha: cuando reconocieron el hecho de una crisis política fundamental y se abrieron a un proceso constituyente ordenado; “traidor”, el que se aparta del peculiar credo economicista de Libertad y Desarrollo y el ala radical de la UDI; “traidor”, quien abandona la ortodoxia moralizante del PC y parte del Frente Amplio, la que condena de antemano el mercado y hasta el diálogo.
Con sus denuncias, los más extremos marcan -inconscientemente- el camino de salida a la crisis colosal en la que estamos.
Ocurre que, en las crisis, los inquisidores vienen usualmente a intensificar el problema. Moralista implacable, Robespierre condujo la Revolución Francesa hacia el terror. Fanáticos consecuentes de cánones cerriles llevaron a Chile al callejón oscuro de 1973. Hoy, cuando la legitimidad y viabilidad del orden político en su conjunto se hallan en cuestión, la “lealtad a los principios” -del economicismo y el moralismo- amenaza sumir al país en la descomposición. No tiene sentido ya, salvo como un “que perezca el mundo”, el solaz en las fórmulas reiteradas hasta el agotamiento: “mercado sobre el Estado”, “mercado=mundo de Caín”, y con las cuales se soslaya, respectivamente, un aspecto de la realidad y termina desconociendo al que piensa distinto.
La salida a las crisis requiere “traidores”. Las crisis provocan miedo y el miedo atrincheramiento. Son los “traidores”, los capaces de cruzar las líneas y conformar arreglos nacionales en virtud de los cuales emerja un orden nuevo o reformado. Para superar el caos revolucionario, Napoleón traicionó la revolución (después, su desenfreno provocó otra hecatombe). Mediante artilugios como el Código Civil, el emperador instauró pilares de una nación republicana. Lincoln fue asesinado. De haber vivido, probablemente la reconstrucción del sur, tras la guerra civil, hubiese conducido a una integración menos traumática que la que aconteció. En la “Crisis del Centenario” chilena, la traición del izquierdista Arturo Alessandri, al entenderse con la derecha, puso fin a lustros de confusión y de ahí nació un orden que brindó cuatro décadas de estabilidad a la república.
Va siendo la hora de los “traidores”: de los capaces de sobreponerse a las fórmulas mezquinas. De quienes “traicionan” en la exacta medida en que poseen el sentido de conservación, la fuerza creadora y el vigor patriótico suficientes como para apartarse de los parapetos doctrinarios enjutos, porque entienden que la construcción de una república en común exige ponerse en el lugar del otro, abrirse a la situación vital concreta del pueblo y producir -hoy- una Constitución, un mercado, un Estado y una institucionalidad territorial nuevos, en los cuales no solo un bando, sino todos, en principio, puedan sentirse reconocidos.