Es tiempo de redefinir la geopolítica energética
Por Anders Beal, investigador del Programa Latinoamericano del Wilson Center y Ricardo Raineri, exministro de Energía y profesor titular en la PUC.
Durante la próxima Cumbre de las Américas en California, el gobierno de Chile debería proponer a Estados Unidos y todas las naciones del hemisferio, que en las relaciones interamericanas se profundice la cooperación para enfrentar las crisis dual del cambio climático y la autocracia creciente que se está viendo el mundo. Chile podría lanzar este despliegue de una nueva relación estratégica con EE.UU. y la Unión Europea, destacando la transición energética y la democracia como ejes claves para la cooperación internacional. Nuevas metas recién lanzadas, por ejemplo, en la iniciativa RELAC, deben ser aceleradas e incluir la participación de más países del hemisferio.
Es muy evidente que, por todo Chile y en la gran mayoría de los países del continente, la crisis climática no tiene colores políticos y los efectos de la crisis no reconoce fronteras. Sin embargo, el problema global de hoy no es solamente la degradación del mundo natural y la probable extinción de un millón de especies durante las próximas décadas. También es la falta de una acción política y aliada que sea concreta e influyente, permitiendo mayor visibilidad al argumento de que la seguridad global y el bienestar económico están conectados ahora más que nunca a la transformación del sector energético. Por eso, un mayor énfasis en las relaciones estratégicas con EE.UU. y los países europeos, es cada vez más importante para sobreponernos a la falta claridad y liderazgo de por dónde vamos como planeta.
En 2019, el 63 % de la generación eléctrica en el mundo provenía de los combustibles fósiles y las empresas del sector han seguido influyendo el debate sobre la rapidez de la transición energética. No es un secreto tampoco que la gran mayoría de la producción de petróleo y gas a nivel global proviene de empresas estatales, muchas veces en países que faltan a los valores democráticos y que tienen altos niveles de corrupción. Estos países no tienen el interés económico ni político de acelerar la transición y han representado barreras por una confluencia de actores ilícitos e intereses autocráticos.
Chile, junto con el mundo entero, está experimentando el resultado de esta feroz dependencia sobre los combustibles fósiles con el alza de precios que empeoran la situación inflacionaria. Somos todos testigos de la destrucción de Ucrania por el régimen de Vladimir Putin, cuyo temor por un mundo en transición hacia las energías renovables, y que debilita la influencia geopolítica del estado ruso, ha embarcado a Rusia en una campaña de guerra criminal que está deshumanizando a los ucranios con tremendas consecuencias para el futuro de Europa y la paz internacional. No hay ningún país ni región del mundo que puede escapar a estas tensiones geopolíticas, pero la solución en el corto plazo no debe asumir que habrá una menor volatilidad con el aumento en la producción de combustibles fósiles, sino el objetivo global debe subrayar la eliminación de esta dependencia lo antes posible.
Por lo tanto, el gobierno de Chile debería iniciar un fuerte liderazgo basado en la cooperación científica y la diplomacia económica, con lo que podría mostrar a los países desarrollados en el continente, como EE.UU. y Canadá, tanto como mas allá con los países de la Unión Europea, que los mercados de la región representan oportunidades propicias de inversión y crecimiento verde, y además pueden influir intereses compartidos por una aceleración de la carrera energética y tecnológica del siglo XXI. La transición hacia las energías renovables puede ser la mejor forma de rechazar el poder autoritario y así crear mayor intercambio de bienes y servicios entre los países que comparten una visión global y democrática. Pero la lentitud de la transición actual es un problema gravísimo, requiriendo de una acción urgente.
Según el informe más recién del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), la comunidad internacional tiene solamente tres años para actuar, llegando a un punto máximo de emisiones para el año 2025. Para poder reducir las emisiones de forma adecuada, el IPCC destaca una reducción mínima de un 43 % de las emisiones de dióxido carbono al concluir esta década. Si la comunidad internacional no puede cumplir estas metas, el aumento de la temperatura en la tierra sobrepasará 1.5 C sin poder volver atrás y con un daño permanente que impactará el futuro de niñas y niños que nacen hoy. Es decir, nuestro planeta junto con el bienestar de futuras generaciones está en juego.
Pero esta sensación de lograr una acción urgente se nos está escapando. Según las proyecciones de las grandes inversiones en el sector de petróleo y de gas en el mundo, se estima que la producción continuará creciendo en las próximas décadas—hasta el año 2050—una tendencia opuesta de lo que es necesario para un mundo de cero emisiones netas. Esto no puede ocurrir sin daño permanente al planeta y es muy probable que veremos grandes movilizaciones en cada rincón del mundo para intentar frenarlo.
La solución a la crisis energética no sólo tiene que ver con el mejoramiento de tecnologías ni los costos económicos de la energía limpia, sino requiere que enfrentemos y abordemos en cada uno de nuestros países una convicción y acción política para avanzar con un marco regulatorio que priorice la disminución de las emisiones. Vincular estas acciones políticas con la democracia y los derechos humanos también nos urge impulsar nuevos modelos de desarrollo y cooperación. La guerra de Rusia en Ucrania y las cadenas de suministro en China que tienen una presunta dependencia sobre el trabajo forzoso, nos urge cambiar la forma en como consideramos a la transición energética como un interés común y existencial.
Las tensiones geopolíticas actuales entre las democracias y las autocracias del mundo, darán lugar a un nuevo equilibrio geopolítico, y está en el interés de Chile y el resto de América Latina unirse en favor de la democracia y un modelo de desarrollo sostenible. Y no hay mejor aliados que aquellos países con valores compartidos que pueden apoyar la transición de manera económica y política.
Chile, entre otros países de la región, cuenta con recursos esenciales para las tecnologías necesarias para la transición energética, por lo que puede jugar un papel tremendamente importante en los próximos años. Los recursos del cobre y el litio, y centros de investigación nacionales y regionales que avanzan el conocimiento sobre un mundo sin combustibles fósiles, pueden ser la razón para liderar nuevos diálogos que lleven a la construcción de alianzas de cooperación sólidas y de mutuo beneficio, y que al mismo tiempo beneficien a la humanidad en su conjunto.
Todo esto requiere una política vibrante, con una mirada hacia las relaciones estratégicas de largo plazo. Ya es tiempo de pensar creativamente y hacer el trabajo para realmente llegar a una posibilidad de contar con un mundo más seguro, más sostenible, y por fin desacoplar la actividad económica con las emisiones. La oportunidad para Chile de liderar y acelerar la transición energética está en la próxima Cumbre de las Américas.