Escuela, estrés y metacognición en tiempos de pandemia
Por Gabriel Reyes, investigador Laboratorio en Ciencias Cognitivas, Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo
Hace ya un mes del comienzo de un nuevo año académico, son varios los estudios que sugieren un potencial deterioro en la salud mental de la población, debido al estrés de experimentar intermitentes periodos de confinamiento. De especial cuidado es lo que ocurre con la población escolar y, con ello, el desafío constante de padres, educadores y psicólogos que participan en la formación socio-emocional y académica de niños y niñas.
Los efectos psicológicos asociados a recurrentes episodios de estrés han sido extensamente investigados por la psicología y neurociencia. Entre ellos destacan problemas de regulación emocional, disminución de la capacidad empática, alteración de memoria y concentración, entre muchos otros. Sin embargo, en la última década surge la preocupación por el efecto del estrés en la salud mental escolar. Y muy en particular, el impacto del estrés en la metacognición: la capacidad de los estudiantes para identificar y regular sus propios pensamientos y emociones.
Los estudiantes ponen en juego su metacognición cuando identifican que han incurrido en un error, por ejemplo, cuando reconocen una falla en cómo entendieron la información entregada por un profesor. Pero también cuando son conscientes de haber comprendido adecuadamente y con ello de estar en condiciones de apoyar a sus compañeros. La metacognición consiste en una habilidad psicológica que nos permite conocer y regular nuestros propios pensamientos. Una capacidad metacognitiva saludable no solo se extiende al proceso de aprendizaje, en el caso del alumno, también al de la enseñanza, del lado del profesor. Los profesores con adecuada metacognición son capaces de corregir sus estrategias educativas, potenciando aquellas que parecen adecuadas para un grupo particular, pero también modificando otras que no parecen contribuir al proceso de aprendizaje.
De acuerdo a Unesco y OCDE, la metacognición es una de las competencias impulsadas a desarrollar en programas educacionales para el siglo XXI. Mauricio Barrientos y Pilar Valenzuela, estudiantes del doctorado en Ciencias del Desarrollo y Psicopatología (DCDP) de la Universidad del Desarrollo y miembros del Laboratorio en Ciencias Cognitivas, sugieren que la metacognición no sólo permite a los estudiantes controlar y regular su propio proceso de aprendizaje, sino que también constituye un pilar fundamental para la promoción de entornos inclusivos y colaborativos en el aula de clases.
Si bien la metacognición ha recibido atención por equipos de investigación internacional interesados en educación, también es un tópico de interés por muchos laboratorios en neurociencia y psicología cognitiva a nivel mundial. Esto es porque la capacidad de reconocer y regular los propios pensamientos y emociones (metacognición) parece estar en el centro del desarrollo socio-emocional de los escolares. Estar en condiciones de reconocer y regular un estado emocional de tristeza, miedo, vergüenza, pero también de alegría, ira y/o sorpresa, es producto de una adecuada capacidad metacognitiva. Reconocer mis propios estados mentales y adecuarlos al contexto social inmediato, constituye un índice de salud mental y desarrollo infantil saludable.
No existe consenso respecto al efecto concreto que tendrá el estrés en la salud mental de la población, a raíz de los efectos de la pandemia y el confinamiento. Sin embargo, es posible al menos inferir efectos negativos en el desarrollo de la metacognición. Muy en especial en contextos de aprendizaje y desarrollo socio-emocional de niños y niñas. En esta linea, estudios realizados por investigadores de la Facultad de Psicología de la UDD, evidenciaron que los cambios hormonales que generan los contextos estresantes (por ejemplo, el estado de confinamiento), producen un deterioro en la capacidad de los individuos para controlar sus propios estados psicológicos (metacognición). En esta línea, Franco Medina, estudiante del DCDP, indica que el estrés (con sus correlatos neuro-hormonales asociados) impacta la manera como los individuos se adaptan a su medio social, en particular, cómo los individuos monitorean sus propios pensamientos y decisiones.
Hace ya un mes desde el comienzo de un nuevo año académico, estudiantes, profesores y apoderados han experimentado periodos de fatiga mental, cansancio, problemas de concentración, y con ello también momentos agudos de estrés. Los años previos a la pandemia, las exigencias laborales y académicas convivían con momentos de esparcimiento, sociabilidad y descanso que hoy, por razones justificadas, no disponemos. La recomendación entonces (ante un inminente nuevo estado de confinamiento) para educadores, padres y profesionales interesados en la formación académica y socio-emocional de niños y niñas, consiste en fomentar (en la medida de lo posible) espacios no estresantes, con el objetivo de mitigar consecuencias psicológicas invisibles que sin duda tendremos que hacernos cargos en los años post-pandemia.