Eso que une

A French soldier patrols next to the Eiffel Tower in Paris, Friday, Oct. 30, 2020. France re-imposed a monthlong nationwide lockdown Friday aimed at slowing the spread of the virus, closing all non-essential business and forbidding people from going beyond one kilometer from their homes except to go to school or a few other essential reasons. (AP Photo/Thibault Camus)

Francia se arraiga en la Revolución de 1789, cuando el laicismo, la libertad, igualdad y fraternidad prometían terminar sangrientas guerras religiosas y el yugo monárquico. Ahora se enfrenta a grupos que intentan levantar identidades religiosas, pues en este juego las gentes usan la política no solo para repartir intereses, sino también para redefinir su identidad.



Francia está nuevamente de luto por asesinatos perpetrados por fundamentalistas islamistas. Samuel Paty -padre de un niño de cinco años, profesor de historia, geografía y educación cívica en un pequeño pueblo en las afueras de París- fue decapitado en plena calle y a luz del día por un checheno de 18 años.

Una revancha por ilustrar la libertad de expresión en su aula usando como ejemplo caricaturas publicadas ridiculizando al profeta Mohamed. El hecho caló hondo en una nación que aún no olvida las tragedias de Charlie Hebdo y del Bataclan. El Presidente Macron encabezó el funeral del profesor escolar y pronunció un discurso sobre los valores de Francia, mientras la prensa identificaba a Paty como el rostro de la República. “El secularismo es el cimiento de una Francia unida. Por ello, es fundamental respetarlo firmemente”, dijo Macron. “No exijo a ciudadano alguno creer o no creer, cualquiera sea su religión, sino respetar absolutamente todas las leyes de la República. El separatismo islamista, un proyecto político-religioso, busca atentar contra los valores de la nación”.

El carácter de mártir de Paty se explica porque las escuelas son una de las principales instituciones que inculcan educación cívica, acceso a la cultura, los valores e historia del país. Sus profesores son admirados por la loable labor de cohesionar Francia.

En el mundo musulmán las reacciones no se dejaron esperar. Las críticas del Presidente Erdogan en Turquía, quien tildó de enfermo mental a Macron por visar insultos a Mohamed resonaron en países de Medio Oriente, África y Asia que se sumaron al llamado a boicotear el comercio con Francia. Entre las álgidas reacciones, un atacante tunecino asesinó a cuchilladas a tres feligreses en la catedral de Niza. Acto seguido, mientras occidente condenaba el macabro suceso, el ex primer ministro malayo avaló por Twitter el derecho a asesinar millones de franceses en revancha por sus históricas matanzas de musulmanes.Samuel Huntington - Clash of civilizations Samuel Huntington, casi tres décadas atrás, planteó el choque de civilizaciones como la principal fuente de conflicto tras el término de la bipolaridad ideológica de la Guerra Fría.

El profesor de Harvard explicó que, en un mundo multipolar, con múltiples civilizaciones coexistiendo y naciones buscando una identidad, los enemigos son esenciales. “Las enemistades más peligrosas son aquellas que ocurren entre las fronteras de las principales civilizaciones”, agregó, pues “personas y naciones anhelan responder a la pregunta más básica que enfrentamos como humanos: ¿quiénes somos? En la búsqueda por una surge aquello que realmente nos importa: nuestros antepasados, religión, lengua, historia, valores, costumbres e instituciones”.

Francia se arraiga en la Revolución de 1789, cuando el laicismo, la libertad, igualdad y fraternidad prometían terminar sangrientas guerras religiosas y el yugo monárquico. Ahora se enfrenta a grupos que intentan levantar identidades religiosas, pues en este juego las gentes usan la política no solo para repartir intereses, sino también para redefinir su identidad: “Sabemos quién somos solo cuando sabemos quién no somos y muchas veces al saber contra quién estamos”, añade Huntington. El caso de ChileMirando ahora a nuestro país, bien vale preguntarse cuáles son los valores que nos representan, aquellos por los que debiésemos estar dispuestos a luchar, a unirnos en una causa común, a identificarnos. No es una pregunta fácil, más aún en esta revuelta que ha tensionado la nación y cuyo trasfondo yace en el desgarbo de la identidad nacional.

Es difícil explicar por qué se han vandalizado símbolos, desdeñado tradiciones y humillado héroes nacionales. ¿Dónde ha quedado el patriotismo y la responsabilidad de Arturo Prat? ¿Quién recuerda la entrega y esfuerzo de los héroes de la Concepción? ¿Qué fue de la austeridad orgullosa y tímida picardía del Chile insular? ¿Del orden de Portales o la astucia de Manuel Rodríguez? La erosión y quiebre de la estructura familiar, los crónicos paros escolares y la pérdida de legitimidad institucional dificultan la transmisión de aquello que nos une y es terreno fértil para crear enemigos funcionales a nuevas identidades políticas.

En esta oportunidad para reflexionar sobre nuestra nación, bien tengamos la humildad de tomar lo mejor de nuestras tradiciones. No caigamos en la pequeñez de la soberbia que prevenga construir sobre hombros de gigantes. Nuestros valores, cultura y costumbres son el regalo de las generaciones que nos anteceden y mantenerlas es una responsabilidad con quienes nos sucederán.