Espejismos del despertar: atrofia y revolución inhallable

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Por Pablo Paniagua, investigador senior de la Fundación para el Progreso

Desde octubre del 2019 muchos sostuvieron la tesis de que el país vivía subordinado a un presunto modelo “neoliberal” malvado y opresor, que sometía a los ciudadanos a punta de expansión de los mercados y privatización que beneficiaba solo a algunos. Para estos, el estallido social fue la expresión supuestamente de que “Chile despertó” de sus cadenas mercantiles y de que “el pueblo” finalmente podría rebelarse contra aquellos treinta años de desigualdad. Intelectuales como Fernando Atria y Carlos Ruiz —académicos que han tenido una significativa influencia intelectual en los jóvenes y en el Frente Amplio— enarbolaban que era la expansión de los mercados y la desigualdad que conllevaban estos, la raíz de todos los males.

Carlos Ruiz (2021), por ejemplo, sostiene que “bajo esta mercantilización extrema de la vida cotidiana el individuo ha terminado perdiendo soberanía sobre su propia vida. (...) el neoliberalismo acaba instalándose como una amenaza para el más básico derecho a vivir en sociedad, ante la cual la condición humana termina por reaccionar y rebelarse (...) con la revuelta de los hijos de esa modernización neoliberal”. Académicos de izquierda y gente del mundo del FA creían que el 18-O era la muestra irrefutable de que los chilenos se habían rebelado en contra “del modelo” y su supuesta “desigualdad lacerante”. Dicho despertar, creían, sería el inicio de un proceso político transformador y revolucionario que enterrara, de una vez por todas, al “neoliberalismo”. Pues bien, lo ocurrido en la primera vuelta presidencial es la clara señal de que esta tesis de la desigualdad y dicho diagnóstico antineoliberal están profundamente errados.

Los resultados de la primera vuelta nos indican que dicho “despertar” fue un mero espejismo que no se relaciona con la realidad y con la trayectoria vital de todos los chilenos en los últimos treinta años, y que, por consecuencia, estamos frente a un fenómeno que el pensador francés Raymond Aron denominó “la revolución inhallable” (reìvolution introuvable). Se creía que las elecciones presidenciales serían parte de aquel devenir revolucionario de la historia que partió aquel octubre: la primera vuelta debía haber sido un momento estelar de aquel proceso refundacional iniciado por los “hijos de la modernización neoliberal”. Sin embargo, las cosas no fueron así y Boric, el candidato que encapsulaba aquella tesis, apenas sumó solo cinco puntos respecto a los resultados de Beatriz Sánchez en el 2017; ubicándose por debajo del candidato de derecha José Antonio Kast. Lo interesante es que Boric, además de situarse por debajo de JAK, se situó por sobre aquellos candidatos como Parisi y Sichel que no son para nada de izquierda: ninguno de ellos poseía un discurso antimercado. Alrededor del 53% de los que votaron, lo hicieron por candidatos que no representaban la tesis de la desigualdad lacerante o de que “Chile despertó” para rebelarse contra el modelo.

Los resultados del FA fueron bastante más bajos de lo que ellos y sus ideólogos habían vaticinado, ayudándonos a desmentir aquella tesis del malestar en Chile. Hoy sabemos que aquella teoría antineoliberal de la desigualdad mercantil y del “fin del modelo” es una agenda con escasa representación política y que no nos ayuda a entender los orígenes del malestar que nos aqueja. En simple, dicha tesis anti-mercado no es mayoría política ni ideológica, ni tampoco reflejan el sentir de la población. Dicho relato en contra de los últimos 30 años de modernización capitalista no hace eco ni con la realidad del país, ni tampoco con lo que sienten y piensan los chilenos, ya que apenas alcanzaron a ser un 25% de los votos. Esta es la gran lección que nos deja la primera vuelta, y que nos ayuda a refutar aquellas tesis enarboladas por muchos intelectuales progresistas.

Pues bien, una vez liberados de aquellas falsas tesis para entender nuestra crisis, ¿qué elementos podrían explicarla mejor? Nuestra crisis social y el malestar se pueden explicar a través de dos elementos: uno generacional y uno económico. Primero, como lo ha expuesto Carlos Peña en su libro Pensar el Malestar (Taurus 2020), lo que ha ocurrido en el país tiene una gran componente generacional y cultural. Al igual que la “revolución esquiva” de Aron (La Reìvolution introuvable, 1968) en aquel mayo del 68 francés, lo ocurrido en Chile tiene una gran componente de rebelión estética y contracultural, liderada por jóvenes hijos de la modernidad. Así, las nuevas generaciones educadas manifiestan su individuación cultural y frustración con respecto a una modernidad anodina y racional, propia de las modernizaciones capitalistas. El malestar, según Peña, pereciera ser el producto inevitable de las contradicciones de la sociedad industrial que rige sus procesos productivos de forma racional, pero que a su vez invita a los individuos a expresar sus subjetividades y a editarse a sí mismos.

Segundo, la otra componente que ayuda a explicar nuestra crisis es la pérdida relativa de bienestar socioeconómico y la fuerte desaceleración de nuestra modernización. Como lo he señalado en mi libro Atrofia: Nuestra encrucijada y el desafío de la modernización (RIL Editores 2021), el malestar en Chile tiene una fuerte componente socioeconómica, producto de una marcada desaceleración económica ocurrida en la última década. Esto generó una pérdida relativa de bienestar, bajas oportunidades y escasa movilidad social para los más jóvenes y un estancamiento en los salarios reales (la atrofia). Todo esto generó que nuestra modernidad se halla atrofiado y, en consecuencia, que se haya agravado el malestar y el sentimiento de frustración de las clases medias —sobre todo en los jóvenes egresados. Con todo, la evidencia económica sugiere que, más que ser un producto de las contradicciones inherentes de la modernización, el malestar chileno es el producto de que dicho proceso de modernización se agotó de forma profunda.

En definitiva, los resultados de la primera vuelta son útiles ya que nos ayudan a desmentir aquellas tesis maximalistas que sostenían que era la desigualdad económica, la expansión de los mercados y la modernización capitalista de los últimos 30 años los verdaderos orígenes de nuestro malestar. Nada de eso resultó ser verdad, y el despertar fue un mero espejismo. Es de esperar que de cara a la segunda vuelta los candidatos tomen nota de lo que hemos aprendido y de aquellas tesis de nuestra atrofia que explican mejor lo sobrellevado.