Falsa alarma: debemos reducir el temor al cambio climático para afrontar todas las prioridades globales
Por Bjorn Lomborg, escritor, profesor y ambientalista danés
No hace mucho tiempo, gran parte de la élite mundial decidió de forma concluyente que el cambio climático era el principal problema por resolver en nuestro mundo. Luego, sobrevino un abrupto cambio de prioridades por la pandemia global, de la cual sólo hemos visto la primera ola, junto con una recesión igualmente masiva. Sirve esto como un recordatorio oportuno de que el alarmismo que siembra un miedo sobre otros no ayuda a la sociedad.
En la era “AC” -antes del coronavirus-, la Organización Mundial de la Salud definió el cambio climático como la “mayor amenaza para la salud mundial en el siglo XXI”.
Los medios de comunicación divulgaron alegremente un flujo constante de escenarios climáticos catastróficos. Los activistas descubrieron que las distopías climáticas eran excelentes para la recaudación de fondos. Los políticos en busca de votos prometieron salvarnos del daño climático con regulaciones cada vez más estrictas de las emisiones.
No es sorprendente que la persistencia de esos mensajes apocalípticos haya convencido a muchos de que el fin del mundo a causa del cambio climático está cerca. Un estudio realizado en 28 países muestra que casi la mitad de la gente cree que el cambio climático probablemente llevará a la extinción de la raza humana.
El calentamiento global es un verdadero desafío y un problema que debemos abordar. Pero incluso antes del coronavirus, el pánico resultaba muy exagerado. El propio Panel Climático de la ONU señala que, si tratamos de medir todo el impacto negativo del cambio climático, equivaldría a una reducción del ingreso medio de una persona en la década de 2070 entre un 0,2 y un 2 por ciento, solamente. Y esto, partiendo de la base de que la ONU espera que una persona promedio tenga, en la década de 2070, un ingreso un 363 por ciento más alto que hoy. Así que, incluso el peor resultado del calentamiento global significará que seremos “solo” un 356% más ricos que hoy. Eso es un problema, pero no el fin del mundo.
Además, el enfoque exclusivo en el cambio climático no tiene en cuenta que el mundo se enfrenta a muchos otros grandes desafíos que podemos abordar de manera más eficaz. De hecho, esto es también en lo que la gran mayoría de los pobres del mundo nos dicen que nos centremos. Cuando las Naciones Unidas preguntaron a casi 10 millones de personas cuáles eran las principales prioridades del mundo, la gran mayoría -especialmente, los más pobres- hizo hincapié en la mejora de la educación, la atención de la salud, el empleo, el gobierno y la nutrición. El clima ocupó el puesto 16 de 16 prioridades, justo después del teléfono y el acceso a Internet.
Hay una abrumadora variedad de soluciones efectivas para muchos de los males del mundo. La alimentación es una de las principales prioridades del planeta, y por una buena razón. Una alimentación efectiva en los dos primeros años de vida de un niño ayuda a desarrollar el cerebro, mejora el impacto educativo, y da como resultado un adulto mucho mejor capacitado. Mientras que la alimentación solo cuesta 100 dólares por niño, aumenta el ingreso promedio de toda la vida del niño en 4.500 dólares en dinero de hoy. Esencialmente, ofrece un retorno de la inversión de 45 a 1.
Lo mismo puede decirse de muchas intervenciones sanitarias. Si bien es evidente que debemos seguir abordando la pandemia del coronavirus, recordemos que la principal enfermedad infecciosa mortal del mundo sigue siendo la tuberculosis. A menudo se pasa por alto la tuberculosis, pero en la mayoría de los casos mata a los adultos en el momento más productivo de sus vidas y deja a los niños sin padres. Por solo 6.000 millones de dólares al año, el mundo podría salvar a casi 1,6 millones de personas de morir anualmente por tuberculosis. Cuando mi grupo de reflexión, Copenhagen Consensus, facilitó un estudio analítico al filántropo Bill Gates, este calificó el dinero que dedicó a la prevención de esa enfermedad como “la mejor inversión que he hecho jamás”.
Por supuesto, todavía tenemos que abordar el clima. La investigación muestra que la forma más efectiva es aumentando drásticamente la inversión en investigación y desarrollo ecológico. Esto permitiría innovar y llevar el precio de la energía verde por debajo de los costes de los combustibles fósiles y hacer que todo el mundo la elija. Dado que esto también sería mucho más barato que nuestras actuales (e ineficaces) políticas, nuestros presupuestos podrían abordar un abanico más amplio de los principales problemas del mundo.