Fascistas en dos ruedas
Este jueves regresaba a mi casa y varias calles estaban más lentas que de costumbre. Carlos Antúnez avanzaba muy despacio y se bloqueaba en varios cruces. El taxista intentó buscar rutas despejadas y terminamos parados en la esquina de Providencia con Los Leones donde finalmente entendí lo que ocurría: una enorme caravana de ciclistas cerraba rutas para abrirse paso por la ciudad.
Quedamos detenidos frente a siete ciclistas que bloqueaban la principal arteria capitalina con poleras que decían “Corta Calle”, para darle paso a la caravana que venía subiendo desde Los Leones. El taco fue creciendo con buses, autos y motos de delivery. Comenzaron los bocinazos y los Corta Calle respondieron con insultos y gestos amenazantes. Luego de 20 minutos me bajé del taxi para pedirles que dejaran una pista libre para pasar junto a la caravana. “Devuélvete al auto que la calle es nuestra” fue su respuesta. En ese minuto un motorista intento saltarse el bloqueo, y dos Corta Calle salieron a cortarle el paso. El joven se subió a la vereda y casi se cae, pero logró zafar para seguir trabajando.
Cuando cayó la noche, el cansancio elevó el volumen de bocinazos, lo que fue respondido por la caravana con cánticos que mezclaban insultos y burlas. Como no quise devolverme al taxi, un Corta Calle hizo un ademán de bajarse de su bicicleta para golpearme, dos me insultaron y un tercero me dijo que escogiera otra ruta. Recién a la media hora pudimos avanzar pero lentamente detrás de la caravana, ya que los ciclistas gritaban “el muro cabros… hagan el muro para que nadie pase” copando la avenida.
Ya en mi casa supe que la marcha era por un ciclista que falleció en un trágico accidente. Nunca entendí qué culpa teníamos las personas que volvíamos a nuestras casas, pero me quedó claro una cosa: la superioridad moral de algunos ciclistas escaló a una intolerancia peligrosa como bien dijo el arquitecto Marcelo Ruiz. No es chiste que tres mil personas corten rutas y amenacen al resto. Es un problema de orden público que no solo afecta a las víctimas de sus encerronas. Grupos parecidos han ido a funar autoridades a sus casas y la odiosidad de estas caravanas pone en riesgo a la mayoría de los ciclistas que respeta la convivencia con otros modos.
¿Qué costaba liberar pistas para que todos nos pudiéramos mover por la calle? Nada. Pero se negaron para imponer su postura de forma totalitaria, apelando a la fuerza física de la patota como el funesto “el que baila pasa” o los bloqueos de los automovilistas del “No más Tag”. Todas muestras de fascismo y no de protesta ciudadana. Por ello, estas caravanas violentas de ciclistas, con organización y logística, deben ser monitoreadas de cerca por las autoridades ya que atentan contra derechos fundamentales de las personas para habitar su ciudad.
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