Gabriel González Videla. Un radical en tiempos de contradicciones (1898-1980)
Por Alejandro San Francisco, académico Universidad San Sebastián y P. Universidad Católica de Chile; director de Formación del Instituto Res Publica
El 22 de agosto de 1980 murió Gabriel González Videla, quien había dirigido los destinos del país entre 1946 y 1952. Por esos días se vivían momentos especialmente intensos en Chile: un par de semanas antes el gobierno del general Augusto Pinochet había convocado al plebiscito que tendría lugar el 11 de septiembre, para ratificar su permanencia en el cargo por ocho años más y para aprobar la Constitución de 1980; el 27 de agosto estaba contemplado el gran acto en el Teatro Caupolicán, en el cual la oposición manifestaría su rechazo a la nueva Carta Fundamental y negaría su legitimidad, bajo el liderazgo del también expresidente Eduardo Frei Montalva.
González Videla había nacido en La Serena el 22 de noviembre de 1898, formando parte de una familia excepcional, compuesta por 18 hermanos. Su trayectoria personal y política ha sido narrada por él mismo en dos gruesos volúmenes titulados Memorias (Santiago, Editorial Gabriel Mistral, 1975). Fue uno de los dirigentes más destacados del Partido Radical en el siglo XX, con una trayectoria que incluyó su presencia como diputado en el Congreso Termal durante el gobierno Carlos Ibáñez del Campo, cargo que conservó tras la restauración de la democracia en 1932, años en los que destacó como un parlamentario activo, inteligente y también belicoso, con liderazgo propio que incluso lo llevó a la presidencia de la Cámara. El Partido Radical iba en ascenso en aquellos años, en los que se formó el Frente Popular, que representó la unidad de la izquierda, con participación comunista, pero bajo liderazgo del radicalismo, como ha explicado el trabajo de Pedro Milos, Frente Popular en Chile. Su configuración: 1935-1938 (Santiago, LOM Ediciones, 2008).
Bajo la administración de Pedro Aguirre Cerda, su correligionario fue enviado a Europa como embajador en Francia, luego en Portugal y finalmente como representante en Brasil, nombrado por Juan Antonio Ríos, todo lo cual se desarrolló en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sus ojos y esperanzas estaban puestas en su país: de regreso a Chile en 1945 fue elegido senador por Tarapacá y Antofagasta, en un Cámara Alta en la que también se integró el poeta Pablo Neruda. Desde entonces, sus vidas se integraron para siempre, primero de manera amistosa y luego con una enemistad que se extendería hasta la muerte.
En 1946, González Videla fue el candidato de la izquierda a la Presidencia de la República, representando al Partido Radical y contando con el apoyo del Partido Comunista, comicios que surgieron “al calor de la Guerra Fría” que comenzaba, como ha explicado Sergio Salas en su artículo sobre la elección presidencial de ese año (en Alejandro San Francisco y Ángel Soto, Camino a La Moneda. Las elecciones presidenciales en la historia de Chile 1920-2000, Santiago, Centro de Estudios Bicentenario/Instituto de Historia de la P. Universidad Católica de Chile, 2005).
Esta elección, además, tuvo la particularidad de ser la primera en que ninguno de los tres candidatos se impuso por mayoría absoluta de los votos válidamente emitidos. En esa ocasión, el liberal Fernando Alessandri logró 131.023 votos (27,4%), el conservador Eduardo Cruz-Coke alcanzó 142.441 (29,8%) y González Videla obtuvo 192.207 sufragios (40,2%). En tales casos, la Constitución de 1925 establecía que el Congreso Pleno debía elegir al Presidente de la República entre los candidatos que hubieran obtenido las dos primeras mayorías relativas. Cruz-Coke, como era previsible, pensó que esa instancia podría favorecerlo, lo que indignó al candidato radical, quien advirtió y notificó al país que el candidato conservador pretendía desconocer “el triunfo rotundo de la candidatura de izquierda”, pretendiendo una “designación arbitraria” por parte del Congreso. Por lo mismo, González Videla convocó a una gran Asamblea del Pueblo para acordar qué hacer ante ese escenario, así como llamó a los ciudadanos a “salir a la calle” a defender su victoria. Finalmente, fue elegido por la instancia final con 138 votos, contra solo 46 de Cruz-Coke y un voto en blanco. Gabriel González Videla llegaba a la Presidencia de Chile, como había soñado su madre cuando él era un pequeño y prometedor serenense.
Dicha fórmula implicó incorporar a los liberales al gobierno, con entrega de ministerios que compartieron con radicales y comunistas. Estos últimos habían acompañado durante toda la campaña a González Videla, especialmente en tareas de propaganda y movilización social, en una alianza que parecía sólida y duradera. Sin embargo, ya en La Moneda comenzaron los problemas entre las bases comunistas y el régimen político chileno, con acusaciones cruzadas de intento de ruptura del orden público o de ataques dictatoriales por parte del gobierno, según quien dirigiera los ataques. Esto condujo a la ruptura final, que no solo implicó que el Partido Comunista abandonara el gobierno, sino que también hubo una ley específica que ponía al PC fuera de la legalidad chilena: era la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, que los afectados bautizaron rápidamente como Ley Maldita, que fue aprobada por la mayoría del Congreso Nacional. Esto permitió continuar las persecuciones legales contra los comunistas, que Neruda vengaría a través de poemas cargados de odiosidad contra el gobernante. Hay trabajos interesantes que tratan diversos aspectos de esta crisis política y su enorme complejidad, como el de Carlos Huneeus, La Guerra Fría chilena. Gabriel González Videla y la ley maldita (Santiago, Debate, 2009), y el de Cristián Garay y Ángel Soto, Gabriel González Videla. “No a los totalitarismos, ya sean rojos, pardos o amarillos...” (Santiago, Centro de Estudios Bicentenario, 2013). En cualquier caso, es preciso entender que el problema era internacional, y se desarrollaba en el contexto de la Guerra Fría, de la cual Chile era una parte pequeña y lejana, como estudió en su momento Andrew Bernard, en el capítulo de la obra colectiva dirigida por Leslie Bethell e Ian Roxborough (ed.), Latin America between the Second World War and the Cold War 1944-1948 (Cambridge University Press, 1997).
Pero el gobierno de González Videla tuvo otros temas relevantes. Uno de ellos fue que bajo esa administración las mujeres adquirieron derecho a voto en las elecciones presidenciales. El 8 de enero de 1949, con un Teatro Municipal repleto, el gobernante señaló emocionado: “Sois desde este instante ciudadanas de la República”. Esta no solo fue una medida de justicia, sino que permitió perfeccionar la democracia chilena y ampliar el cuerpo electoral de manera sustancial. La promoción de la mujer no se quedó solamente en esa norma, sino que también en su promoción a cargos políticos: Adriana Olguín fue nombrada ministra de Justicia, la primera en ejercer una cartera; en tanto Amanda Labarca asumió como embajadora ante las Naciones Unidas. En 1950, Inés Enríquez fue elegida diputada y tiempo después María de la Cruz asumió como senadora, lo que explicitaba el inmenso cambio que operaba en Chile. En la misma línea, su mujer, Rosa Markmann, desarrolló un amplio trabajo social en su calidad de Primera Dama, según ilustran los trabajos de Cecilia Morán y la reciente biografía de Ana Campos, Una luz en la sombra. La apasionante historia de Miti Markmann (Santiago, Planeta, 2019).
La labor de González Videla fue prolífica durante su administración en varios aspectos, a pesar de las contradicciones políticas y la crisis con el Partido Comunista. Su interés por las regiones se graficó especialmente en el progreso de su propia ciudad, a través del Plan Serena, que permitió potenciar la zona en áreas tan diversas como su desarrollo urbano y humano, así como el progreso en la educación y en otras áreas. Sin embargo, a su juicio el logro “más trascendental” había sido otro: “el afianzamiento definitivo de los derechos sobre el territorio antártico al instalar las Bases que, conjuntamente con la presencia personal del Presidente de la República en esas regiones, ratificaron de hecho en forma inapelable la soberanía nuestra en la Antártida” (en Memorias, tomo II).
En la última etapa de su vida, Gabriel González Videla integró el Consejo de Estado, como vicepresidente de la institución, en compañía de Jorge Alessandri, quien actuaba como presidente. Ambos asistían en su calidad de expresidentes de la República. Se trataba de un organismo consultivo en materias de gobierno y administración civil, que integraban otras figuras designadas por el Ejecutivo, que poco antes de la muerte de don Gabriel entregó su propuesta constitucional al general Pinochet: asistió por última vez a la sesión N° 111, del 22 de julio de 1980 (ver Jaime Arancibia, Enrique Brahm y Andrés Irarrázval, Actas del Consejo de Estado en Chile (1976-1990), Santiago, Centro de Estudios Bicentenario/Universidad de los Andes, 2008, 2 tomos).
También en esos años dio una de sus últimas entrevistas, en la que hace un repaso sobre su vida junto al periodista Rodolfo Garcés Guzmán, con el compromiso de que solo sería transmitida después de su muerte, fórmula que también aceptó Eduardo Frei Montalva, entre otros. Se trata, en realidad, de una revisión política sobre el complejo siglo XX chileno, donde reconoce su “debilidad” o su “error enorme” de haber llevado a los comunistas al gobierno, lo que en realidad podría haber sido una contradicción o aprovechamiento mutuo que terminó de mala manera. La entrevista se puede revisar en el libro de Garcés Guzmán, Nueve De Profundis (Santiago, Corporación de Estudios Contemporáneos, 1983), así como en el video de la entrevista, donde se aprecia a un hombre en sus últimos años haciendo una revisión de su vida en “la serenidad de sus 77 años”, que agradece sus éxitos a su madre y a su mujer.