Gabriel y Giorgio o las dos caras del Ché

jackson boric
Foto: Andres Perez / La Tercera


Por Hugo Herrera, profesor titular Facultad de Derecho Universidad Diego Portales

Jugando al Ché Guevara: así le espetó Mario Desbordes en 2019, esperando más de él, a Gabriel Boric, por gritarle a los militares en la Alameda, mientras a pocas cuadras se quemaban buses. Jugando al Ché Guevara, entendía el brutal Héctor Llaitul que andaba Gabriel Boric, cuando candidato, emanando un ocasionalismo que eleva banderas sin reparar en todas las implicancias, viéndose luego obligado a acudir al gesto inveterado de palmas haciendo Namasté.

Pero, ¿se puede jugar al Ché Guevara? La pregunta no es inocua, pues ocurre que el héroe de polera juvenil fue también el drástico erradicador de la corrupción burguesa en el mundo. Se trata de una combinación peligrosa, en la cual la gravedad moralizante, la severidad del monje de acción, amenaza sobreponerse a la fragilidad expuesta de los sentimientos, al esteticismo de los afectos. El purificador usa prevalecer sobre el hermoso héroe de la estrella roja. Termina por aparecer, junto a Gabriel, Giorgio. Al conmovido romántico se le suma el adusto y seco moralista. Ambos conviven en la nueva izquierda gobernante, tal como combinan en el Ché.

Gabriel logra salirse del rigorismo con su vulnerabilidad activa, la misma que lo vuelve un Ché estético, blando para ese Llaitul que habita el mundo de los fierros y los tiros, plenamente consciente de las condiciones silváticas, telúricas y bélicas de su modo de existencia concreto y atávico. Giorgio el operador, de su lado, va intentando aplicar las aceradas fórmulas de virtud que aprendió de su profesor: de condena al mercado como campo de alienación y mundo de Caín, y de elogio de la deliberación racional universalizante como camino al comunismo.

Estética y moral, ¿dónde queda la política?

El Ché no fue político. Fue, de un lado, un romántico viajero, del otro, un ascético moralista. De manera similar, los FA tienden a esquivar la política. Ora se quedan en el gesto amoroso y bello, inclusivo hasta lo vaporoso, ironizado como disculpas juveniles perpetuas; ora persistiendo en la estrechez adusta del escolástico del bien.

La política es, precisamente, la que se halla en crisis en ese doble desconocimiento. La política de la cual, con su romanticismo de añoranzas, Gabriel arriesga omitirse. La que, con su severidad abstracta, Giorgio traba, dificulta. Porque no hay otra manera que efectuando la tarea ardua de entenderse con el otro, el irreductible otro, que se logra actuar políticamente; no de modo distinto, que se consigue producir legitimidad: mediante obras, palabras e instituciones bien planteadas, en las cuales el pueblo real –no solo el de los sensibles o los virtuosos–, el pueblo con sus aspectos duros y suaves, egoístas y generosos, ese pueblo concreto, pueda sentirse efectivamente reconocido. Tal como sucedió, con la concurrencia del Boric político, el 15 de noviembre. Algo como lo que se espera del Presidente, el 5 de septiembre.

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