¿Genotipo o fenotipo?
Por César Barros, economista
Estoy realmente confundido en cómo los constitucionalistas, y una futura Constitución, discernirán entre quiénes pertenecen a un pueblo originario y quiénes no lo son. Chile es un país de mestizos. Así fue la colonización española en América, y en particular en Chile.
Don Francisco de Aguirre, uno de nuestros fundadores, es un ejemplo claro de cómo se solía proceder al respecto. Originario de Talavera de la Reina, acompañó -de solo seis años- a su padre a América. Luego pasó al Perú y de ahí a Chile y Argentina, donde refundó La Serena, fundó Santiago del Estero y escogió un lugar más al sur para una nueva ciudad -la futura Córdoba-, derrotó a Francis Drake defendiendo Guayacán, y fue parte de innumerables hazañas. Pero sus enemigos lo involucraron en un juicio frente a la Inquisición, que duró muchos años, en que estuvo preso, fue absuelto, y hecho prisionero nuevamente. Para terminar estos juicios interminables, debió abjurar de sus “herejías”: reconoció haber dicho que no era pecado no ir a misa, tampoco el trabajar los domingos y fiestas de guardar. Pero lo peor fue el haber dicho que “se face más servicio a Dios y al rey, en facer mestizos, que el pecado que con ello se face...”. Murió “de su propia muerte” en La Serena, dejando cinco hijos españoles de su esposa, Agustina Matienza Torres, y más de cincuenta hijos mestizos (son los reconocidos, no se conoce el número total de ellos). Entre sus descendientes más conocidos están el héroe Manuel Rodríguez, y los presidentes Aníbal Pinto, Juan Esteban Montero, y Sebastián Piñera.
En los países que tanto se mencionan como ejemplos para Chile de su reencuentro con los pueblos originarios: los EE.UU., Canadá, Nueva Zelanda y Australia, no hubo mestizaje alguno. Los ingleses nunca se mezclaron -en ninguna parte- con los nativos (no sé si Pocahontas tuvo o no tuvo descendencia) de modo que el saber quién es, o quién no es descendiente de pieles rojas, o de aborígenes, es harto más sencillo que en Chile.
No es el caso de nuestro país, donde la mayor parte de la población tiene ancestros mapuches, o diaguitas. ¿Cuántos genes de los pueblos originarios tiene cada chileno? Imposible saberlo. Tampoco es cosa de definir el fenotipo (como lo hacía la SS en la Alemania nazi). Y si hay beneficios importantes declarándose mapuche, diaguita o aymara, aparecerán no cientos de miles, sino que millones de postulantes que se van a declarar sus descendientes (y no sin causa). ¿Nos harán un test de ADN a cada chileno al nacer? ¿Cuál será el “nivel genéticamente aceptable” para obtener los beneficios otorgados por la nueva Constitución? ¿O nos medirán el cráneo, el grosor del pelo, o la pigmentación del cutis?
Suena a película de fantasía. Pero de aprobarse lo que hasta ahora se dibuja en el proyecto constitucional, habrá que diseñar cómo, en una población donde casi el 100% tiene ancestros de pueblos originales (aparte de españoles, alemanes, italianos, y ahora venezolanos o peruanos), con una muchedumbre postulando a esos beneficios de raza, la ley se las arreglará para hacer tan finas distinciones.
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