Greta, el virus y la educación
¿Qué tienen que ver Greta, el Covid-19 y la educación? Permítanme ponerlo así: si tuviéramos que relatar con hashtags los últimos meses en Chile, desde mediados de 2019 hasta hoy, sería algo como #GretaThunberg, #ChileDespertó, #AprueboNuevaConstitución, #RechazoNuevaConstitución, #8M, #COVID—19, #QuédateEnCasa.
En medio año ha pasado de todo, a velocidad de vértigo. Un día seguíamos la travesía marítima de una joven activista sueca, al siguiente incendiábamos el país. En un pestañear nos fuimos a la guerra por la Constitución y hoy estamos confinados en casa, sitiados por un bicho microscópico que no resiste agua y jabón, pero que tiene a todo el orbe patas arriba.
Esto es lo que se conoce en las jergas militar y empresarial como un mundo vuca, o volátil, incierto, complejo y ambiguo, por sus siglas en inglés. Y aunque hemos enfrentado escenarios así a lo largo de la historia, lo nuevo es la aceleración, la velocidad de los cambios.
Thomas Friedman, en su libro Thank you for being late, dice que en esta era se están produciendo aceleraciones simultáneas en la tecnología, en el mercado y en la “Madre Naturaleza”. Con “mercado” se refiere a la globalización y con “Madre Naturaleza” al cambio climático, crecimiento de la población y pérdida de biodiversidad. Así, la tecnología —Ley de Moore, crecimiento exponencial y tal— lleva a más globalización y esta a mayor cambio climático. A la vez, la tecnología impulsa más potenciales soluciones a este problema y una serie de otros desafíos. Todo transforma casi cada aspecto de la vida moderna.
Cuando la aceleración y la velocidad exceden nuestra capacidad de adaptación se produce una “dislocación”; el entorno se altera tan rápidamente que empezamos a sentirnos incapaces de seguir el paso. Y ahí quedamos… rezagados, irrelevantes, fracasados en la carrera. Esto no es el futuro. Es el presente, el de #TodosSomosGreta un día y #Cuarentena al siguiente.
En una entrevista al diario argentino La Nación, Friedman dijo que la capacidad más valiosa en estos tiempos será el aprendizaje continuo, de por vida. Y que la automotivación para eso será crucial. El gran reto es cómo acercar la adaptación de las personas y la sociedad a la rapidez de los cambios.
Lo central de la educación, pienso entonces, no estará simplemente en aprender cómo convivir y trabajar con robots o en un checklist de competencias del siglo XXI, como el pensamiento crítico, la creatividad o la inteligencia emocional. Es algo mayor.
Creo que hay dos grandes cosas que caracterizan a los más aptos para vivir la aceleración: la mentalidad y el carácter. A la primera los angloparlantes la llaman mindset, un término muy de moda que alude a cómo pensamos y razonamos. Lo segundo, el carácter, va más a cómo somos y obramos.
Esta fórmula contempla, primero, la ética, es decir, nuestros valores, principios y sentido de responsabilidad, ese que el dramaturgo y ex presidente checo Václav Havel, en un discurso de 1995 en la Universidad de Harvard, llamó a renovar radicalmente para enfrentar esta época.
Lo segundo es el buen juicio, como lo explicaba Sir Isaiah Berlin en On Political Judgement al referirse a la “razón o sabiduría práctica” para comprender e interpretar el complejo universo que nos rodea. Aquí sumo los pensamientos crítico y estratégico y nuestra capacidad para aprender, desaprender y reaprender.
Lo tercero es la visión, ese arte de captar lo invisible para otros. O el de ver las cosas, no solo como son, sino también como podrían ser. Necesitamos visionarios que imaginen vívidamente, con racionalidad y agudeza, el potencial, las oportunidades y soluciones prácticas.
Lo último es la actitud, que incluye la alerta permanente y la originalidad, la que Adam Grant define como no-conformismo. Añadamos la vocación de impacto y servicio, la disposición para la cooperación, la empatía y la proactividad. Y, muy importante, el coraje y la audacia.
Este cuarteto de elementos —los llamo Quadriga, por los carros romanos tirados por cuatro caballos— podrían guiar la configuración de la mentalidad y el carácter para tiempos tan exigentes.
Perdimos años discutiendo ideológicamente sobre la gratuidad o el lucro en la educación, cuando eso no era lo relevante y decisivo. Si algo debemos sacar de esta dura crisis es la urgencia de repensar, en serio y profundamente, para qué y cómo (nos) educamos. Y de mejorar sustancialmente nuestras capacidades de anticipación, creación y adaptación en días tan acelerados.
Vienen más disrupciones y saltos tecnológicos, más fenómenos globales de alto impacto. Nos queda mucho por experimentar… y por aprender hasta el último día de nuestras vidas.
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