Columna de Miriam Jerade: Hacer justicia a la protesta
A cuatro años de lo que se denominó como “estallido social” es tiempo de preguntarse sobre los aprendizajes que hicimos de la protesta. Filósofos contemporáneos como Michelle Moody-Adams o José Medina proponen una epistemología de esta; no sólo la relacionan con cambios políticos, sino con la teoría del conocimiento. Sostienen que la protesta social da lugar a un aprendizaje colectivo sobre las experiencias de injusticia y permiten imaginar un mundo más más ecuánime.
Hacer justicia a la protesta implica no amalgamarla con vandalismo, aunque dentro de ella pueda haber quienes cometan actos injustificables. Esto tampoco quiere decir que cualquier tipo de vandalismo se pueda considerar como protesta social: los saqueos a tiendas de Zara y de Apple en Estados Unidos de las últimas semanas no parecen contener demandas sociales, sino más bien un colectivo que responde a la ansiedad del consumismo.
En cada caso es necesario analizar las expresiones de rabia que pueden ser una forma de resistencia, como lo abanderó Nelson Mandela. En la marcha contra los feminicidios en Ciudad de México de 2021, por ejemplo, algunas jóvenes portaban el lema “Si me matan, quémenlo todo”. Este mensaje no puede ser desoído como pura invitación a la violencia, sobre todo, en un año en el que sólo en el Estado de México se reportaron 132 feminicidios. Era una expresión de la vulnerabilidad, del miedo y una demanda de protección.
En la protesta social, como escribe Medina, hay algunas veces demandas ya articuladas y otras por definirse a partir de testimonios, críticas o expresiones de descontento. En la protesta hay una diversidad de voces sin un guion preestablecido.
Sin duda, el 18 de octubre fue una protesta social, con demandas claras sobre educación, salud, pensiones, derechos laborales. De acuerdo con la metáfora, habría sido un “estallido” de un descontento social que se había acumulado y manifestado en las calles desde hacía una década. Una manera común de negar injustamente esta protesta social ha sido denominarla “octubrismo”, o bien para impedir cambios ante injusticias estructurales calificándolas de “refundacionales” o bien para implicar mero vandalismo, sin analizar si se trató de un aprovechamiento de ciertos individuos o si las quemas y saqueos fueron una expresión de protesta.
Hay algo paradójico en el devenir del estallido y la narrativa de que este se habría aplacado con el acuerdo político de una nueva constitución, que tuvo un primer borrador que incluía respuestas a las demandas que ahí se expresaron, y que fue rechazado por la mayoría de los chilenos de manera transversal. Más paradójico aún es este segundo proceso, liderado por el Partido Republicano, que ignora dichas demandas y cancela a movimientos sociales como el feminismo que tuvo un auge en 2018. A pesar de que las encuestas dan al “En contra” como vencedor en el plebiscito de diciembre, temo un escenario donde los partidos logren sacar las enmiendas más “escandalosas” -que llevan la firma republicana-, ignorando sustantivamente las demandas sociales e inclusive constitucionalizando de manera aún más firme las políticas subsidiarias y la desigualdad. Esto recaería en una falla moral y epistémica al silenciar las voces de la protesta.
Por Miriam Jerade, académica de la Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez
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