Hacerlo bien o hacerlo mal
La reforma tributaria de la Presidenta Bachelet tenía como propósito elevar la recaudación de impuestos a las empresas, para financiar un programa de mejoramiento de la calidad de la educación. Yo estuve y sigo estando de acuerdo con eso.
Para esto, el proyecto original establecía un régimen general de renta atribuida, un sistema de contabilidad simplificada y beneficios para las Pymes, fortalecía las atribuciones del SII, y rebajó el impuesto a las personas de rentas elevadas (¿?). La realidad demostró que la renta atribuida es impracticable para la mayoría de las empresas.
El gobierno acordó con la oposición de la época un aumento de la Primera Categoría, que grava las rentas de las empresas, e introdujo un sistema semi-integrado y la derogación del FUT.
Durante la discusión parlamentaria se eximió de cambios al grueso de la inversión extranjera que opera en Chile, porque violaba tratados internacionales (¿cómo no se dieron cuenta antes?).
En la práctica, el resultado es la coexistencia de cuatro regímenes: renta atribuida para las sociedades de personas, sistema semi-integrado para las empresas grandes, el antiguo sistema para los inversionistas extranjeros, y un régimen especial para las Pymes, que fue mal acogido por éstas. Con la excepción de las mayores atribuciones del SII, todo resultó mal. La coexistencia de varios regímenes atenta contra principios muy básicos de diseño tributario.
Respecto a los incentivos a la inversión y ahorro de las empresas, lo más relevante es el impuesto de Primera Categoría, que se elevó en exceso. También, la carga total de impuestos a las empresas influye en la decisión de si se invierte en Chile o en países competidores de nuestro país. En este respecto, también quedamos mal posicionados.
Que sea crítico de esa reforma no me hace menos de izquierda. Una cosa es ser de izquierda o de derecha, y otra es hacerlo bien o mal. Por último, nadie entiende la rebaja de impuestos a las altas rentas.
El proyecto que se discute hoy en el Congreso tampoco es bueno. Sólo tiene el mérito de que reinstaura un régimen general único, con un acomodo menor pero efectivo para las Pymes. Pero en lo demás deja al SII con atribuciones muy reducidas.
El problema más relevante que tenía nuestro sistema de impuestos a las empresas es que se había desordenado en exceso, con múltiples vías de escape para el pago justo de impuestos. Es posible lograr una recaudación como la esperada por las dos reformas comentadas, con un régimen integrado y una Primera Categoría de 25%, pero con un SII con garras. Entre otras, mantener la esencia de la norma antielusión, eliminar el secreto bancario para fines tributarios (como en casi toda la OCDE), y establecer un catastro fidedigno sobre la propiedad de empresas que operan en Chile. La opacidad sobre quiénes son dueños de las empresas no está a la altura de nuestro nivel de desarrollo.
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