¿Hay un interés de todos en el proceso constituyente?
Es parte de la lógica de un plebiscito el enfrentamiento de dos posiciones opuestas. La polarización creciente es en parte consecuencia de esto. Y se agudiza porque, como hemos visto, la opción Rechazo no puede ser defendida directamente. Es decir, nadie hoy hace campaña diciendo que lo que tenemos es lo que necesitamos; nadie dice que rechaza porque la Constitución vigente, que hasta hace poco era descrita celebratoriamente por muchos como el resultado de treinta años de reformas y “grandes acuerdos”, es buena para Chile. Esto es digno de ser notado: nadie se niega al proceso constituyente defendiendo la Constitución que tenemos. Quienes de modo increíble se presentan como los principales interesados en profundas reformas constitucionales, y dicen rechazar para poder hacerlas, no han explicado por qué todavía se requieren tantas reformas, después de las muchas que ha habido en los últimos 30 años.
Se trata de una más de las consecuencias de la Constitución tramposa. Es que la trampa que define a la Constitución no puede ser defendida, porque una condición de toda trampa es que sea oculta. La defensa de la Constitución tramposa, entonces, debe ser oblicua: rechazan para reformar, o rechazan por la violencia, o rechazan porque el Apruebo va a llevar a la abolición del derecho a la vida, de la propiedad, a Venezuela, al despeñadero, etc. Nada nuevo, por cierto. Es la repetición del plebiscito del 5 de octubre (esto, de pasada, muestra que pese a todas las reformas desde entonces, la Constitución sigue siendo de ellos, los herederos de la dictadura). Ya oiremos, en algunos años, a quienes hoy votan Rechazo decir que votaron Rechazo pero que se alegran de que haya ganado el Apruebo.
¿Nos condena, entonces, la Constitución tramposa a un proceso constituyente divisivo y conflictivo, en que no será posible encontrar espacio en común? Yo creo que no.
Desde el 27 de abril, la posibilidad de una Constitución tramposa, aprobada por 2/3, desaparecerá (lo que hizo posible la Constitución tramposa fue la imposición unilateral de la que nació). Entonces, ya no tendrá sentido seguir defendiendo la Constitución de 1980. Y pasará lo que ocurrió con los senadores designados o el sistema binominal: una vez que logramos eliminarlos, ninguno de los que los defendían estentóreamente continuó abogando por volver a ellos, y ahora parece inexplicable que haya costado tanto deshacernos de ellos.
Entonces, la cuestión será cómo darnos una nueva Constitución sin trampas, una que sea resultado de un genuino “gran acuerdo”. Y notaremos que a todos nos interesará que el proceso constituyente sea un éxito, que la nueva Constitución nazca legitimada, que sea capaz de constituir una política distinta, validada ante la ciudadanía. Ese interés común no hará desaparecer el desacuerdo, por cierto, pero creará condiciones para un compromiso de todos con el proceso mismo y su éxito.
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