Hegemonía en tensión
Llegó marzo y, con él, el inicio del segundo año del actual gobierno; "el año de las reformas" que definirán el sello y la herencia a partir de la cual esta administración puede proyectarse o, al contrario, empezar a cavar su tumba. En buena medida, los éxitos y los fracasos dependerán de su capacidad política, de su ductilidad táctica y eficiencia negociadora. Y también, de la oposición que tenga al frente, una oposición que en los próximos días tendrá una definición clave, cuando el Frente Amplio decida si confirma o rechaza el acuerdo suscrito con los partidos de la ex Nueva Mayoría, para mantener el control administrativo de la Cámara de Diputados.
En rigor, lo que se juega aquí es una señal sobre el futuro de la oposición: cuánto estarán dispuestas a ceder las fuerzas que componen el Frente Amplio para no sepultar toda posibilidad de convergencia con el resto de la centroizquierda, y cuánto estará la DC disponible a conceder para generar "mínimos comunes" que inviabilicen eventuales acuerdos con el oficialismo. En síntesis, cuánta autonomía estará cada sector dispuesto a entregar, cuánta convicción a ceder, para someterse a las exigencias de un imperativo unitario, que es la condición imprescindible para poder disputarle a la derecha las próximas elecciones con algún grado de viabilidad.
Hasta ahora, la DC ha sido categórica: primero se debe cumplir el compromiso ya suscrito, aprobar la constitución de la próxima mesa de la Cámara, y después se pueden discutir acuerdos y "mínimos comunes". El Frente Amplio sigue la lógica inversa: primero se debe establecer un marco común que impida a la DC y al PR apoyar con sus votos iniciativas de gobierno, y luego estarán disponibles para ratificar el acuerdo administrativo. De algún modo, es una medición anticipada de fuerzas, una tensión que ilustra posicionamientos futuros y que devela el grado de compromiso unitario de ambos sectores, dado el enorme abismo ideológico que los separa.
¿Estará al final la DC disponible para recomponer una alianza estratégica ya no solo hegemonizada por el PS y el PC –como fue la Nueva Mayoría-, sino incluso con sectores que hoy componen el Frente Amplio (o con él en su totalidad)? Paralelamente, el rechazo o ratificación de este acuerdo en teoría solo administrativo, mostrará también cuánto hay de cierto en la supuesta voluntad del Frente Amplio de construir una real alternativa a la centroizquierda tradicional, cuán verdadera es su intención de convertirse en una nueva hegemonía capaz de disputarle el poder a la derecha, pasando para ello por la liquidación del duopolio consagrado durante la transición.
¿Cuánto pesan las convicciones y los proyectos propios? ¿Cuál es el valor que cada sector le otorga a su identidad y, en definitiva, qué están dispuestos a entregar en aras del que hoy aparece como el único "programa" y el único "mínimo común": acceder como sea al gobierno y a los privilegios del poder? Son interrogantes que afortunadamente deberán ser saldadas, ya sin más trámite, el próximo 11 de marzo.
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