Hermanos en pandemia: ¿puedo ayudarlos?
Si no somos los guardianes de nuestros hermanos, al menos no seamos sus verdugos- (Marlon Brando)
Aumenta el número de personas vacunadas en nuestro país, Colo Colo logra un triunfo decisivo, Rafael Nadal cae en Australia, Djokovic pasa a la final y Serena Williams se retira entre lágrimas. Muerte e incendios en Riñihue, Inglaterra cierra sus fronteras a Sudamérica, se confirma un brote de Covid en cárcel de San Antonio, los hoteles de Berlín sobreviven acogiendo a personas de la calle, el PSG golea al Barcelona, Brasil supera los diez millones de casos de coronavirus y Pelligrini vuelve a llenar de alegrías a un buen número de andaluces.
Apago la radio, salgo del estacionamiento y, para mi sorpresa, siento frío. ¿A dónde se fue el verano? Apurado, camino a un café de Providencia, donde me voy a juntar con Lucas, un nuevo cliente, que nada más verme, se saca unos enormes anteojos de sol y me ofrece un puño a modo de saludo. Sin mediar palabra, me siento frente a quien, vía whatsapp, me solicitó tomarnos un café para ver si podía ayudarlo.
Hola Sebastián. Tal como te adelanté, un amigo me dio tu contacto y aunque me dijo que lo que quiero no es posible, igual quería preguntárselo a un profesional. No sé por dónde partir, tal vez deba presentarme… ¿o no? Para hacerla corta y no engañarte, detrás de mis 35 años, de este traje caro y de estos casi noventa kilos, hay un niño. Para mis hermanos sigo siendo el concho, el que siempre hizo lo que quiso, al que no se le exigió nada y del que tampoco se esperaba gran cosa. Y aun así, me ha ido increíble. Pasé por varios colegios y me dejaron estudiar lo que quería. Tengo varias carreras incompletas en el cuerpo. Un poco de publicidad, diseño, teatro y periodismo.
Silencio… Profunda exhalación…
Aprovecho esta pausa para mirar a mi cliente, quien, pese a su descripción verbal, se mueve y gesticula con mucha seguridad. Su impecable terno -sin corbata-, su camisa tornasol, los anteojos de sol y un par de gruesos anillos, le dan un toque rockero.
Sebastián, trabajo con mis tres hermanos y aunque durante años nos fue demasiado bien, hoy estamos pa’ la cagada y no sé qué hacer para que me escuchen. Y si en la pega estamos a medio morir saltando, fuera es peor. Para que te hagas una idea, Pablo, mi hermano mayor, va por su cuarto matrimonio, Simón está en el segundo -y está a un paso del tercero- y Mateo, que no se ha separado, va por el quinto hijo. Está arruinado por dentro y sonríe por fuera.
Pausa… corta inspiración y larga exhalación
El drama es que nos vamos a la chucha y ninguno me pesca. En realidad, me pescan en el uno a uno… a lo más… me escuchan cuando somos tres, pero cuando estamos los cuatro, me vuelven a tratar como un pendejo y todo lo conversado se va a la mierda. Me desespera esta locura y no puedo evitar preguntarte… ¿pueden cambiar los hermanos? ¿Se puede cambiar cómo nos relacionamos o estamos condenados a ser siempre una tropa de giles? ¿Te molesta que fume?
Lucas saca una bolsa de tabaco y un paquete de papelillos y filtros de un pequeño estuche de cuero negro y con una increíble destreza, enrola un cigarro que enciende con un llamativo encendedor de cobre con forma de granada.
Perdona que hable tanto, soy intenso y siento que como familia nos estamos yendo a la cresta y ya no están nuestros papás para unirnos, aunque sinceramente, nunca estuvieron. Para mí, mi familia, siempre fueron mis hermanos. Lo eran todo y los vacíos, olvidos y negligencias de mis viejos, fueron suplidos por ellos, tanto en lo económico como en lo emocional. No me quiero ir en la volada de mis viejos, pues lo que hoy me preocupa son mis hermanos, mi familia… la empresa. Hacemos agua por todos lados, pero se hacen los locos y yo soy cero autoridad para ellos. Y no hay nadie en nuestra familia que pueda hacerlos cambiar. No hay abuelos vivos ni tíos respetables. Como siempre, somos solo nosotros. Los cuatro. La verdad, es un milagro que hayamos estado tanto tiempo bien y que hayamos sido, hasta la pandemia, muy exitosos.
¿Qué cambió con la pandemia?
Nosotros nos dedicamos a construir clínicas dentales. Pablo es constructor y muchos años atrás ayudó a Simón a armar su clínica dental en Viña. Apenas la terminaron, a Simón le ofrecieron muchas lucas por esa clínica, clínica que nunca usó, pues cacharon que era buen negocio construirlas y venderlas. Y así empezaron, construyendo clínicas dentales en regiones. En un momento les empezó a ir tan bien, que Mateo, el ingeniero de la familia, dejó su pega y se unió a ellos. Y ahí se les ocurrió no solo construir clínicas, sino equiparlas con la última tecnología y capacitar a sus futuros dueños en el uso de las máquinas. Y ahí entré yo, a hacerme cargo de la publicidad, de los convenios, de las relaciones públicas, del uso de las redes, de la relación con los proveedores. Y de repente estábamos construyendo clínicas dentales por toda Sudamérica y Centroamérica. Fue una vorágine de la que salimos forrados y desquiciados... menos yo… que me empecé a centrar. Una webada muy rara.
¿Cómo es eso?
Para que te hagas una idea, Pablo, apenas nos empezó a ir bien, le construyó una enorme casa a su señora. La terminó y se separó y el muy cara raja se sentía orgulloso porque le dejó una mansión a su ex y a su hijo. ¿Y qué hizo después? Se casó por segunda vez y le dejó una tremenda casa y una hija a su segunda señora. Y lo mismo con la tercera. Y ahora acaba de ser papá por cuarta vez. Con su cuarta pareja. Y está hasta las masas construyendo la cuarta casa, pues con la pandemia se nos cayeron muchos proyectos dentro y fuera del país.
¿Y los demás?
Mira, Simón, el dentista, es el que menos me preocupa. Es el artista del equipo. Todo gira en torno a él y él lo sabe. Le fascina abrir nuevas clínicas, cortar cintas, capacitar y hacer funcionar todo. Es el Rey de las aperturas y lo hace verdaderamente bien… pero se le han ido los humos a la cabeza. Le gustan los autos estrafalarios y dejó a su primera señora, compañera de odontología, por una mina más acorde a sus autos deportivos. Este weon está en plena crisis de los 50 y no se da cuenta. No pesca a sus hijos, se queja de lo caro que le salen y de lo loca que está la ex, pero no se detiene un segundo a mirarse en el espejo y con Mateo están peleadísimos.
Silencio… y de ese mismo estuche de cuero Lucas saca una cajetilla de cigarros y prende un Marlboro rojo.
Sorry, necesitaba algo más fuerte. Es rico el tabaco, pero a veces necesito más nicotina. Y es que Mateo es el polo opuesto a Simón. Es el más mamón de mis hermanos. El más responsable, el yerno ideal. Ese weón se saca la chucha por la empresa y ordena y arregla todas las cagadas que dejan Pablo y Simón para financiar su cuento del hombre perfecto. Vive estresado, porque el weón tiene un estilo de vida híper demandante. Señora de buena familia, hijas en colegio católico, padre comprometido, vacaciones en todas las temporadas y una paciencia infinita con sus suegros y familia. Francamente es un extraterrestre y hace poco me dijo que no duerme sacando las cuentas de su vida imposible. Está siempre a punto de irse a la mierda.
¿Y tú?
Es muy loco, pero estoy mejor que nunca. Piensa que entré a trabajar con mis hermanos como el goma, pero con la internacionalización de la empresa se dieron cuenta que yo era una pieza clave, pues era el único que se llevaba bien con los clientes, mantenía las RRSS vivas y me paseaba por los bancos pidiendo créditos que a ellos les habían negado. Simón, que no tiene un pelo de tonto, me pidió apoyarlo en las aperturas y después construimos una plataforma que nos permite relacionarnos y capacitar a nuestros clientes de manera virtual. Hoy nuestra empresa sobrevive gracias a esa plataforma y yo de manera paralela armé otras con amigos. Al principio lo hacía por la buena onda, pero hoy esos emprendimientos se han transformado en mi principal ingreso. Y gano bien. Y la empresa familiar se podría ir a la mierda y a mí no me pasaría nada… pero en la pandemia me he dado cuenta que esa empresa, mis hermanos, lo son todo.
¿En qué sentido?
Mis viejos se separaron cuando yo era muy chico. No tengo recuerdos de ellos juntos y supongo que por sanidad mental borré los de mi vieja. A mi viejo lo veía tarde, mal y nunca y hasta la fecha no he tenido hijos. Es heavy ver a tus hermanos, alguna vez tus héroes, tan perdidos. Uno paseándose con una modelito mientras sus hijos van de terapia en terapia, otro construyendo su cuarta casa para su futura ex y otro matándose para mantener las apariencias y fingir que le ilusiona tener un sexto hijo. ¡Están todos locos y no hay nadie que pueda pararlos! Y tengo pesadillas con el gran cagazo que se nos viene. Y sé que hoy podría seguir mi camino sin ellos. Nada me detiene, pero me da pena pensar que mis hermanos, con la cantidad de problemas que tienen, no se van a dar ni cuenta que me fui. Y siento que ellos… al igual que mi viejo… se van a la mierda con los ojos cerrados. Y te confieso que a ratos, me gustaría cerrarlos y no abrirlos más.
Tras despedirnos pensé que si fumara, este sería el momento perfecto para una eterna bocanada. La angustia me inundaba y caminé agitadamente al estacionamiento, pues tenía que llegar a mi casa para conectar con el siguiente cliente. Y ya dentro del auto, más calmado, recibí un mensaje de Lucas.
Perdona Sebastián por haberte vomitado todo en una sesión. Parece que no estoy acostumbrado a que me escuchen. Me siento increíblemente mejor y si no te dejé reventado, me encantaría vernos la próxima semana. Avísame si puedes. Saludos. Lucas.
Continuará…
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