Hostilidad hacia migrantes

Durante el verano que aún no termina, sin mucha publicidad, el INE entregó un documento que vino a aclarar la confusión sobre el real número de migrantes residiendo en Chile. El informe entrega un solo número, la cantidad de extranjeros residentes al finalizar 2018. La cifra: 1.251.255 personas. Es un buen análisis, que combina datos del último Censo con los de Extranjería, más una estimación que había realizado el Banco Central. Esto significa que los extranjeros son ahora un 7% de la población de Chile, aproximadamente.
Es bastante, pero comparado con países europeos, no demasiado. En Francia, según Naciones Unidas (2017), los extranjeros representan más del 12% de la población; en España, el 13%; en Italia, 10%, y en el Reino Unido, 13,4%.
Todo esto discutimos durante la semana en el seminario "Migración y opinión pública", organizado por la "Alianza comunicación y Pobreza". Un dato resultó especialmente impactante: la actitud de la población chilena hacia los migrantes es una de las más negativas del mundo, solo superada por Grecia, Italia y Hungría. Como sociedad, somos más hostiles a la migración que los alemanes, los franceses, incluso más que en Estados Unidos de Trump. Esto, al comparar datos de la Encuesta Bicentenario 2018 con otros recientes de Pew Research Center (2019).
¿A qué puede deberse esta situación? Es difícil identificar las causas precisas y se requiere más investigación. Sin embargo, una hipótesis razonable está dada por la forma que ha tenido el proceso migratorio chileno, diferente al de Europa: tan rápido e intenso, que generó una conmoción que no acabamos de comprender. Es un fenómeno repentino. Entre 2015 y 2018, el número total de inmigrantes casi se triplicó, con la incorporación de 800.000 residentes (similar a la población completa de Valparaíso). Solo en 2017, ingresaron 452.000 migrantes. Un récord mundial.
Es la velocidad del proceso lo que provocó shock en diversos frentes: aumento sorpresivo del tamaño de la fuerza laboral (tan sorpresivo, que el INE ha reconocido dificultades para medirlo), un freno al alza de remuneraciones, y presión en los servicios sociales de salud, educación y vivienda. Los ciudadanos están sorprendidos por esta ola y, con o sin razón, expresan temor y rechazo.
Son malas noticias, sin duda. Sin embargo, quisiera plantear que hay motivos para, según los mismos datos, estar optimistas respecto al futuro. El temor de la población chilena es fundamentalmente del tipo económico (efecto sobre empleo y servicios del Estado), pero no parecen masivamente experiencias de racismo o conflictos asociados a violencia, delincuencia o fenómenos de ese tipo. En este sentido, es probable que, si los efectos económicos finalmente se atenúan, o no aparecen, la hostilidad debiera ir disipándose. Esperamos, ojalá pronto, poder observar ese resultado.
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