Identidades Asesinas
Por Rafael Rosell, rector de la Universidad del Alba
Hace algunos días volví a releer el libro del escritor libanés Amin Maalouf, “Identidades Asesinas”. Su único ensayo, escrito en 1998, se ha convertido en un libro de reflexión profunda sobre el ser humano actual, es material de estudio obligatorio en colegios y referente en todos los países de la Unión Europea; organismos de derechos humanos lo declaran también como manual de lectura básico. Recomendaría su lectura a todos y en especial a los convencionales constituyentes en Chile, quienes tienen la importante misión de tejer nuestro “hogar común”, la nueva Constitución.
Nos dice Maalouf que el concepto de identidad es lo que hace que yo sea yo y no otro. La misma especificidad nos lleva a una identidad compleja de la que nace la diferencia, no la uniformidad. Y que no se refiere a un solo elemento o componente, sino a pertenencias múltiples. Debemos reconocerlas todas, no obviar ninguna de ellas. La identificación con un solo aspecto es simplista; nos hace reconocernos en un eco sin fondo; en cuanto a nosotros mismos y también en cuanto a los demás. De una definición demasiado sectaria surgen visiones parciales; identificaciones excesivamente instantáneas. Si somos capaces de reconocer que pertenecemos a muchas influencias, nos abriremos a muchos sectores de la población, pues casi todos en esta época somos inmigrantes y/o minoritarios.
La línea de reflexión en esta obra que recomiendo tiene, a grandes rasgos, una clara dirección, la de hermanarnos en un sinfín de afinidades porque la mezcla nos aglutina y, en cambio, una sola identidad se convierte en defensa propia de unos contra otros hacia quienes nada nos identifica. Es fácil, entonces, convertirlos en extraños, también en enemigos, resolviendo esa identidad en asesina. Cualquiera, ante planteamientos estrechos, ve invadido su terreno y la reacción se justifica en el medio a nuestra marginalidad o al rechazo, viendo cuestionada nuestra supervivencia.
Sería necesario que esta exigencia de trascendencia y de sentirse vinculados a otros no se escudase en la religión, por ejemplo, o en una etnia determinada o en una orientación sexual. Se hace imprescindible satisfacer de otra manera la identidad. Cada uno debe revisar la suya propia, ver los factores influyentes, no solo los heredados, o aquellos que le han sido inculcados, sino los que nos han formado paso a paso, eligiéndolos libremente, haciendo posible nuestra fusión con los demás.
El exacerbar una identidad por sobre otra lleva a la anulación del otro que no tiene esa identidad a tal punto que podría llegarse a un grado máximo de intolerancia como ocurrió con los nazis en la Segunda Guerra Mundial, en que la exaltación de su identidad, raza aria, llevó a horrores, destrucción y muerte. Esa maximización identitaria es el punto de inicio para la protección global de los derechos humanos.
La contrapartida a ello es el reconocimiento de cada uno, de las múltiples identidades. Si reconozco eso podré reconocer en el otro esa misma multiplicidad, lo que nos lleva a ser ser únicos, siempre diferentes al otro, pero con puntos comunes también. Mayor comprensión, aceptación o por último tolerancia nos pondrán en un camino real de desarrollo en la búsqueda de mi identidad única y plural.
Cuando relevamos una sola de nuestras pertenencias o identidades, cualquiera ella sea, estamos mostrando que pareciera que todo lo demás de nuestra identidad, trayectoria, las convicciones que vamos adquiriendo, los valores que se nos inculcan en la educación, nuestras preferencias, nuestra sensibilidad personal, nuestras aficiones de toda la vida, no contaran para nada en la historia personal de la humanidad. Eso no es así.
Por ello, los chilenos y en especial quienes construyen el andamiaje constitucional de Chile deben estar atentos, porque si nadie tiene el monopolio de la razón, tampoco nadie tiene el monopolio del fanatismo. El odio al otro es el odio a uno mismo. Cuando aparecen realidades nuevas, debemos reconsiderar nuestras actitudes, nuestros hábitos y, ayudados por la herramienta de la libertad, elegir el rumbo social de nuestra vida colectiva. A veces, cuando esas realidades se presentan con gran rapidez, alerta Maalouf, nuestra mentalidad queda rezagada en prejuicios, alimentando complejos, en lugar de actitudes abiertas. Maalouf termina: “Si el hombre se siente obligado a elegir entre negarse a sí mismo y negar a los otros, estaremos formando legiones de locos sanguinarios, legiones de seres extraviados”. Ese no es el camino.