Independientes y Convención Constitucional

Unidad Constituyente


Por Víctor Muñoz, historiador; director CISJU, Universidad Católica Silva Henríquez

Se ha instalado en el debate que es importante que participen independientes en la Convención Constitucional. Aquello que aparece plenamente razonable, por momentos da lugar a juicios discutibles, como suponer que la condición de independiente garantiza un pleno ajuste a los deseos y demandas sociales. Como si esos deseos fuesen una cuestión absoluta, carente de conflictividad, se ha llegado a decir que una constituyente de independientes o asamblea “sin políticos” sería la expresión sin fisuras de los deseos de “la sociedad” o “la calle” como un todo homogéneo.

Al respecto, vale la pena discutir al menos dos puntos. Primero, que no existe en política alguien que no sea “político”, en el sentido de adherir a cierta comunidad de sentidos y modos de entender y valorar la organización de la sociedad. Segundo, que es en la sociedad donde se gestan los conflictos que se debaten en la política, de modo que ser independiente supone, al igual que en el caso de los militantes, tomar partido en los conflictos sociales. En definitiva, lo que diferencia a un independiente de un militante en política solo es el hecho de no militar en un partido. Ser independiente no implica una posición, sino solo una condición que puede cambiar.

Hay independientes de izquierda, de centro y derecha. Independiente fue Jorge Alessandri, que venía de gremios empresariales y entendía la política como administración técnica. Al expresidente le duró poco su primer “gabinete de gerentes” con predominio de independientes y debió incorporar más militantes. Independiente fue Clotario Blest, dirigente de la CUT que entendía la política de la clase obrera como autónoma de los partidos institucionalizados. Fundó el MIR en 1965, pero no duró mucho ahí, prefirió mantenerse sin militancia partidista, aunque toda su vida fue militante de organizaciones sociales y entendió que conducirlas era llevarlas al plano general de la política: hacer de la clase obrera un actor que disputara poder.

Los partidos son el modo en que comunidades políticas, en tanto identidades que comparten ideas sobre la organización de la sociedad, se unen para pugnar por ellas. El independiente suele relacionarse con los partidos, porque hacer política es vincularse con otros. Además, moviliza apoyos conectados con la organicidad de la sociedad, no es una figura individual aislada.

El triunfo de la Convención Constitucional sobre la Mixta es una señal ciudadana en pro de una constituyente diversa, que no sea un símil del Parlamento. Eso incluye una fuerte presencia de independientes, pero no solo eso. Una constituyente diversa supone heterogeneidad de clase, paridad de género, cupos a pueblos originarios, y representantes de una sociedad civil que se ha organizado para debatir políticamente un nuevo pacto social.

Pretender prescindir de los partidos sería absurdo y retrogrado, porque cuando no hay partidos que organicen la pluralidad política, lo que se impone es un corporativismo autoritario (gremios intervenidos por un partido único) o una oligarquía en que los que pesan son los que pueden movilizar recursos económicos. Sin embargo, la desafección con los partidos existe, y es producto, entre otros factores, de la propia Constitución de 1980. Nuestra Carta Magna se basa en una noción que separa política y sociedad, que propone como ideal una política tecnificada y una sociedad despolitizada, en donde lo determinante es el libre flujo del mercado y los intereses empresariales, no la ciudadanía y sus deliberaciones sobre lo público.

En ese sentido, al ser la Convención Constitucional resultado de un proceso de politización ciudadana, es también la posibilidad histórica de repensar la conexión de la política y los partidos con la sociedad. Es una oportunidad para que todos y todas, independientes y militantes, podamos ser actores de la política nacional.